Nuestro país ha dado pruebas contundentes de ciudadanos excepcionales: en lo financiero, lo humanitario, lo empresarial, lo científico, lo académico y, ni hablar, en lo deportivo. En el campo de la salud, del que me compete opinar, también hemos contado con figuras destacadas, ya sea en la salubridad, la práctica clínica, la docencia o la investigación médica.
Sin embargo, es un hecho incontrovertible que la gestión de los servicios de salud en Panamá lleva tiempo dando tumbos. Esto, a pesar de algunos avances, como la lucha contra el tabaco o nuestro completo esquema de vacunación. Pero basta ver los problemas persistentes con el suministro oportuno de medicamentos, la basura sin recoger, la calidad del agua o la lucha ineficaz contra los mosquitos, para entender el descalabro.
Me duele decirlo porque soy parte del sistema, pero en cuanto a administración de los servicios, las autoridades han ofrecido mucho sin lograr nada trascendental. El sistema de salud, sobre todo en lo logístico, sigue siendo un “monstruo” difícil de manejar. Por ejemplo, no hemos logrado que los centros de atención primaria funcionen 24/7, con eficiencia y sin la displicencia que tanto denuncian los usuarios. El segundo nivel, que atiende los casos agudos, sigue sin personal ni insumos adecuados. Y los complejos centros de tercer nivel, que consumen una gran parte del presupuesto, a menudo se gestionan con improvisación, pese a su responsabilidad sobre el 5% de los pacientes que requieren atención especializada y tecnología avanzada.
Es importante reconocer que el médico no es el único actor en este engranaje. Aunque pueda orquestar, no es más importante que el resto del equipo. Todos cuentan, aunque sus responsabilidades difieran. Aun así, vemos cómo se nombra o despide personal “a pulso”, sin contemplar al equipo completo, o se equipa una unidad sin el recurso humano necesario. El resultado: un “arroz con mango” que se traduce en insatisfacción, pérdida de oportunidades y despilfarro presupuestario.
Este problema no se resuelve con varitas mágicas ni con órdenes verticales, sino con capacidad y disposición. Hace falta un gestor con competencias reales y voluntad de “sudar la camiseta” por el sistema. Lo lamentable es que, aunque existen leyes para garantizar la selección del mejor candidato, suele prevalecer la discrecionalidad. Y aunque no haya garantías de éxito, al menos un concurso asegura conocimientos, experiencia y legitimidad ante el equipo.
Nos falta mucho, pero la batalla no está perdida.
El autor es especialista en Obstetricia y Ginecología/Administrador de Servicios de Salud.
