En los programas de reality show o telerrealidad, llega un momento en que sus participantes manifiestan sentimientos basados en sus propios fracasos, frustraciones, descontentos y debilidades. A algunos, con tal de ganarse el premio final, no les importa hacer daño y hasta disfrutan ver sufrir al supuesto hermano de la casa, llegando a lo más bajo, a lo más ruin, sin medir consecuencias.
Esto parece ser el objetivo principal del programa televisivo Big Brother Panamá. En las noches aparece un panel, junto a los “hermanitos” expulsados de la casa, opinando sobre las situaciones de convivencia, sin argumentos razonables ni consistentes. Un panel, con látigo en la mano, hambriento de someter a los desterrados a una cruenta batalla entre ellos, y con el afán de saber más y más sobre los chismes, bochinches, discusiones y peleas de los que habitan la casa.
En el medio de la tormenta más cruel aparece, como de ultratumba, una voz que se dice ser el dueño de la casa, y es el que dicta las reglas y normas a seguir; sin embargo, estas reglas y normas, por supuesto, son desobedecidas.
Al estar encerrado o aprisionado en un solo lugar por tanto tiempo, observando lo mismo de siempre, la misma rutina, no tener más nada que hacer, esa ociosidad de todos los días, los lleva a un comportamiento nada adecuado.
El ganarse el presupuesto de la semana o sobrevivir para comer, les alimenta el grado más alto de inseguridad, miedos e irritabilidad.
Los participantes saben que hay un sinnúmero de cámaras grabando sus intimidades corporales y personales, las 24 horas del día, transmitiéndolo al público televidente, mostrando los más bajos instintos de supervivencia, llegando hasta la maldad y la crueldad.
Ese encierro no solo es físico y de espacio limitado, hay otro encierro, el psicológico, en el que la susceptibilidad se apodera hasta del más indiferente y confiado en sí mismo.
Se reprimen sentimientos para luego descargar en llanto o en gritos encolerizados. Hay que tener cuidado, porque con ello se podría asomar una depresión, si es que no hay una depresión de fondo ya en algunos de sus participantes.
Estar aislado por mucho tiempo también genera otros conflictos personales no resueltos, como el de padecer, posteriormente, de trastornos emocionales o, simplemente, por no estar preparados mentalmente a este tipo de propuesta televisiva pueden terminar causándose daño hasta el suicidio, situaciones que han sucedido en reality shows de otros países.
No estoy de acuerdo con esos programas en los que un grupo de personas sufre a diario, a cada minuto, a cada segundo, observando cómo se lastiman hasta sangrarse mentalmente.
No es prudente. No es conveniente. Sufren todo tipo de vejámenes, no tienen nada productivo que hacer, solo verse las caras y murmurar, entre unos y otros, formando –por intereses personales– sus grupitos de alianza.
La ociosidad hace que surjan los rasgos de personalidad nada virtuosos, agradables ni divertidos. La recompensa final a muchos los mantiene dentro de la casa, ese es su objetivo final, sin importarles a quién humillan u ofenden.
Y hay un público al que le fascina estos comportamientos, porque vive del morbo, del sufrimiento de otros y se alimenta viendo las angustias, desengaños, desolaciones y torturas hasta llegar a la agonía.
En estos programas televisivos, en los que se come, se duerme, se fuma y se habla con un lenguaje vulgar, no podía faltar la mujer que acecha a su hombre, abiertamente, y viceversa. No me extrañaría que un par de participantes salga con un embarazo a cuestas.
Por otro lado, no podía faltar lo de siempre en estos reality shows, como las historias de abandono de aquel papá o mamá, de la que vende su cuerpo, del abusado, del desempleado, del que busca una segunda oportunidad y, por supuesto, del bochinchoso y cizañero; del que siembra la discordia junto sus fieles seguidores; del hipócrita, que solito se desenmascara; del confianzudo; del altanero y egoísta, y de la llorona manipuladora.
En verdad, no entiendo a la televisión panameña. Para ganar rating no le importa ofrecer programas, sin sentido social, cultural o educativo, y carentes de la enseñanza-aprendizaje de los valores más elementales, que tanto se necesita en mi país, desperdiciando horas, días y meses con total ordinariez y vulgaridad.
Tan solo fijémonos en los programas con más rating en Panamá, sinónimos de un gran deterioro en valores humanos, familiares y espirituales en la familia panameña.
