Panamá atraviesa días intensos. Las calles se han llenado de marchas, huelgas y protestas. Hay molestia, hay cansancio y mucha incertidumbre. La reciente reforma a la Ley del Seguro Social y la discusión sobre la posible reactivación de la minería han encendido las alarmas en distintos sectores del país. Y, como suele suceder en estos casos, cada quien defiende su punto de vista con firmeza.
No estoy aquí para decir quién tiene la razón, ni para descalificar ninguna postura. Creo firmemente en el derecho que tiene cada persona de expresarse, protestar y hacer valer su voz. Eso es parte esencial de una democracia. Sin embargo, también considero necesario hablar de otro aspecto del asunto que, aunque a veces se deja de lado, nos afecta a todos: el impacto que estas protestas tienen sobre la economía del país.
Cuando un país se paraliza, no hay ganadores. El comercio se frena, los mercados se desabastecen, y las pequeñas empresas —que muchas veces sobreviven con las justas— pierden días de trabajo que no se recuperan. El transporte público se ve afectado, los estudiantes pierden clases, y miles de panameños que viven del ingreso diario se quedan sin cómo llevar dinero a sus casas. Lo más duro es que, al final, no importa de qué lado del debate estés: todos salimos golpeados.
Entiendo el descontento. Vivimos tiempos difíciles y la gente está cansada de decisiones que no siempre siente propias ni transparentes. Pero cuando las protestas se prolongan o se tornan agresivas, el mensaje pierde fuerza y se corre el riesgo de hacer más daño que bien. Nadie quiere vivir en un país donde la única forma de ser escuchado es cerrando calles. Eso no puede ser nuestra normalidad.
Lo preocupante es que este clima constante de tensión e inestabilidad también envía señales al resto del mundo. Panamá es un país pequeño, pero con muchas oportunidades. Si nos mostramos divididos y en caos, ¿quién querrá venir a invertir aquí? ¿Qué empresa apostará por crecer en un lugar donde no sabe si mañana podrá operar con normalidad?
Y ojo, no estoy diciendo que no se reclame, ni mucho menos. Solo que necesitamos encontrar una forma distinta de hacerlo. Una forma que no termine perjudicando a quienes ya están en situación vulnerable. Porque mientras unos protestan con megáfonos, otros están en casa sin saber cómo van a pagar el alquiler o comprar la comida de la semana.
Lo que hace falta, más que nunca, es diálogo. Pero un diálogo de verdad. No monólogos disfrazados ni mesas de trabajo que no llevan a nada. Necesitamos que todos los sectores se sienten con humildad y una voluntad real de entender al otro: trabajadores, empresarios, gobierno, estudiantes, comunidades... todos. Nadie tiene toda la verdad, pero todos tienen algo que aportar.
A veces me pregunto: ¿por qué nos cuesta tanto buscar puntos en común? No se trata de que todos piensen igual, sino de que podamos construir sobre lo que sí compartimos: el deseo de vivir en un país que funcione, donde haya oportunidades, estabilidad y futuro para nuestros hijos. Es un deseo básico, pero poderoso.
Panamá no puede darse el lujo de seguir estancada. Tenemos mucho potencial, pero seguimos tropezando con los mismos problemas. Y si no aprendemos a manejarlos con altura, vamos a seguir en este ciclo de crisis tras crisis.
Mi consejo, como panameño, es simple: defendamos nuestros derechos, sí, pero sin destruir lo que todos necesitamos para vivir. Hay que protestar, pero también proponer. Hay que cuestionar, pero también escuchar. Si queremos un país que avance, tenemos que construir puentes, no levantar muros.
En estos momentos complicados, lo que más se necesita es sentido común, responsabilidad y una verdadera voluntad de diálogo. Las huelgas pasan, pero las consecuencias quedan. Y si no actuamos con cabeza fría, quienes más van a sufrir no son los de arriba, sino los de siempre: la gente trabajadora, los que madrugan, los que apenas están saliendo adelante.
No perdamos de vista eso. Porque, al final, todos vivimos en el mismo país. Y si a Panamá le va mal, nos va mal a todos.
El autor es Country Managing Partner – EY.
