Cada vez que participo en seminarios de educación, no puedo evitar hacer una pregunta que me ronda constantemente el pensamiento: ¿puede la matemática salir del tradicional piloto y pizarrón? Esta interrogante no solo se ha convertido en un mantra personal, sino también en un motor para reflexionar profundamente sobre cómo enseñamos y aprendemos matemáticas en estos tiempos de avances tecnológicos vertiginosos y de la explosión de las inteligencias artificiales.
Históricamente, la enseñanza de la matemática ha estado anclada en lo tangible: el gesto del maestro trazando figuras, fórmulas y números con un marcador sobre una superficie blanca o negra. Este método tradicional tiene un valor indiscutible: claridad, interacción directa y espontaneidad. Sin embargo, ante la irrupción de recursos digitales avanzados, aplicaciones interactivas y, sobre todo, la inteligencia artificial, surge la oportunidad —¿o mejor dicho, la obligación?— de repensar este esquema clásico.
La tecnología no debe ser vista como un simple complemento decorativo, sino como un catalizador para estimular el razonamiento lógico-matemático. El aprendizaje significativo no es fruto de la memorización o la repetición mecánica de operaciones, sino de la comprensión activa y profunda. ¿Cómo lograrlo si no es estimulando la mente para que explore, experimente y cuestione? Las herramientas tecnológicas pueden hacer visible lo abstracto, generar simulaciones en tiempo real y personalizar retos a la medida de cada estudiante, algo imposible de replicar solo con el piloto y el pizarrón.
El salto hacia un entorno más dinámico exige una reflexión seria sobre el rol del docente y la metodología. El maestro deja de ser únicamente quien transmite conocimiento para convertirse en un guía que invita a descubrir, analizar y razonar utilizando nuevas plataformas de apoyo. Las inteligencias artificiales pueden, por ejemplo, brindar retroalimentación instantánea, detectar patrones de error y proponer ejercicios adaptativos que fortalezcan el pensamiento matemático.
Por supuesto, no se trata de abandonar por completo el pizarrón, sino de integrarlo en un ecosistema educativo más amplio, donde la matemática deje de ser percibida como una disciplina intimidante o rígida y se transforme en un espacio flexible y creativo. El desafío está en evitar que la tecnología sustituya el pensamiento lógico, y en cambio, lograr que lo estimule y lo enriquezca.
En definitiva, la matemática puede y debe superar los límites del piloto y el pizarrón. Para ello es imprescindible mantener siempre al centro la estimulación del razonamiento lógico-matemático. Solo así el aprendizaje será verdadero, significativo y acorde con los tiempos que vivimos, donde la tecnología y la inteligencia artificial son aliadas poderosas que tenemos la responsabilidad de integrar con sabiduría.
El autor es profesor de matemática.
