Lo que ocurrió en la Asamblea Nacional es una muestra de la profunda crisis ética, institucional y moral que atraviesa la política panameña. El diputado Jairo Salazar, conocido por sus actitudes violentas, su historial de conflictos con la ley, y sus vínculos con zonas empobrecidas que misteriosamente han recibido millonarios auxilios económicos sin rendición de cuentas, volvió a ser protagonista. Esta vez, a golpes.
El diputado Salazar, que en el pasado fue detenido por conducir en estado de ebriedad y ha sido señalado por adquirir bienes de lujo no explicables con su salario, representa a un sector de la ciudad de Colón históricamente marginado y empobrecido. Pese a que ese distrito ha recibido grandes sumas de auxilios económicos y partidas presupuestarias, la pobreza no se ha reducido, las obras no aparecen, y la gente vive con la frustración de sentirse estafada por quienes juraron representarlos.
Al atacar físicamente a otro diputado por el simple hecho de no compartir sus argumentos, Salazar volvió a deshonrar la investidura que lleva. Este tipo de comportamiento no solo degrada el debate político; degrada la democracia misma. La Asamblea Nacional es un espacio de deliberación, no un ring de boxeo. La democracia se basa en la diferencia y el respeto; cuando los puños sustituyen la palabra, la barbarie comienza a instalarse.
Más grave aún es el silencio cómplice de los partidos, de las autoridades y de ciertos medios que normalizan este tipo de conductas. ¿Qué mensaje le estamos enviando a los jóvenes? ¿Qué clase de país estamos construyendo cuando los peores terminan siendo los que dominan el escenario político?
Jairo Salazar no es una excepción, es un síntoma. El síntoma de una clase política que ha perdido el rumbo y que está dispuesta a destruir las instituciones con tal de preservar cuotas de poder. Panamá merece mucho más que esto. Merece políticos decentes, debates serios y transparencia. Merece que su democracia no sea secuestrada por los que no saben vivir bajo sus reglas.
No podemos seguir callando ante el avance de la impunidad. Si no frenamos a tiempo a los violentos, a los corruptos y a los cínicos, serán ellos quienes escriban el próximo capítulo de nuestra historia. Y quizás ya no haya democracia que contar.
El autor es exdirector de La Prensa y empresario.


