Hace cosa de una semana, observé en La Prensa el diagrama ilustrativo de las obras proyectadas para mejorar la circulación entre el este y el oeste de la capital; lo que ayer no más se hacía con el ferry y, posteriormente, con el –“diseñado” por el Senado– puente de Las Américas, hoy se ha vuelto remolino.
He dicho “diseñado” por el Senado, porque no de otra manera puedo comprender cómo un puente hermoso –que sin duda lo es– pudo haber sido “diseñado” en forma tal que se ingresase por dos carriles y se saliese por uno, en ambas direcciones. Es decir, que el puente mismo generaba una zancadilla.
Volviendo a la cosa nostra, del diagrama entendí que el futuro puente proyectado será atirantado, de seis carriles para automóviles, de 2 kilómetros de longitud y, además, llevará una línea para el Metro, todo lo cual me parece maravilloso. El costo de dicho puente se estima en mil millones de dólares y esto me llamó la atención, porque el puente Centenario, terminado e inaugurado bajo la administración de la expresidenta Mireya Moscoso, también es atirantado y también mide 2 kilómetros de longitud y también tiene seis carriles para automóviles y costó 104 millones de dólares.
Naturalmente que la adición –popular y políticamente conveniente– del Metro no puede justificar la diferencia, a menos que mis muy cansados ojos hayan visto mal. Pero, la razón de eso la entiendo perfectamente bien. El motivo de este artículo es otro: he dicho que el puente Centenario tiene seis carriles, es notorio, sabido y rutinario que los tranques diarios, si bien empeorarán desde ahora, hasta pasar el fin de año, no cesarán pasada esa fecha.
Por esta razón, no entiendo por qué no han iniciado los trabajos para ampliar las carreteras de acceso al puente Centenario de manera que (si se le ha dado mantenimiento) este sea usado al 100% y contribuya a amainar la situación del tránsito (por cierto, no sé por qué se insiste en llamarlo tráfico, aunque quizás haya algo de ello) para todo el futuro y hasta el fin del mundo, Amén.