Parafraseando a Octavio Paz, me atrevo a decir que, en Panamá, nuestra democracia no necesita echar alas, lo que necesita es echar raíces. No debemos confundir su significado, ni mucho menos conformarnos con el origen democrático de nuestros gobiernos electos a través de elecciones libres, con el funcionamiento democrático del Estado.
Por ello, antes de ponerse a vender boletos al paraíso, con cada campaña electoral, los políticos deberían preocuparse por decirnos cómo van a hacer para consolidar nuestra endeble democracia, y procurar asegurar la igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos, así como aumentar la transparencia y honestidad en el manejo de los recursos del Estado, y sobre todo, cómo van a lograr mejorar la efectividad y eficiencia del Estado disminuyendo la asfixiante burocracia estatal, fundamentada en el clientelismo político tradicional.
Me apresuro a aclarar que esto último, si bien es lo más fácil de resolver, por supuesto, siempre y cuando se cuente con una mentalidad de estadista, y además se esté libre de compromisos particulares y agendas ocultas con quienes financian sus campañas, no obstante, no debe resolverse botando y despidiendo a todos esos funcionarios honestos, trabajadores y humildes que muy al margen de banderías políticas, en realidad constituyen en su mayoría, la salvaguarda de las instituciones del Estado, y deberían por tanto ser considerados sus principales aliados a fin de poder gobernar con eficiencia.
De lo que está harto el pueblo panameño, es de la corrupción que usted ha propiciado y estimulado, o sobre la que no ha hecho absolutamente nada por corregir.
Se logra en cambio, teniendo la voluntad política para en vez de continuar soplando botellas, ponerse a romperlas. Usted sabe perfectamente bien dónde están esas botellas señor presidente. No se escude en el eslabón más débil de la cadena, constituido por los servidores públicos, honestos y trabajadores.
Por lo general esos garrafones que urge romper, no dejan de respirarle en la nuca. Es muy fácil gobernar autoritariamente, otorgando y defendiendo derechos, de quienes nos adulan o piensan igual que nosotros.
Defender y proteger los derechos de quienes piensan distinto a nosotros, es el reto del verdadero demócrata, y por ende del verdadero estadista. En una ocasión el desparecido presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, a mi juicio, uno de los pocos estadistas con visión humanitaria, que ha tenido esta nación y el mundo, dijo lo siguiente: “Un verdadero demócrata, si no tiene oposición, debe crearla. Demuestra su éxito en los frutos de su trabajo, y no en el producto de sus represalias.”
Señor presidente Cortizo, como madre y como ciudadana de este país, me permito respetuosamente, hacerle una recomendación, si en verdad en la intimidad de su ser, usted aspira a dejarle un legado a los panameños o al menos a sus nietos como hombre de bien, en estos momentos tan difíciles por los que atraviesa el país, no se entretenga demasiado buscando intrusos o quinta columnas en los movimientos reivindicativos, estos siempre los va a haber. Al final de cuentas nadie es químicamente puro, ni existe la perfección terrenal. Ocúpese en cambio, en saber leer bien el mensaje que el pueblo panameño le está enviando a usted, a su equipo de gobierno, así como a cada uno de los diputados y miembros de la Corte Suprema de Justicia, sin dejar por fuera a los magistrados del Tribunal Electoral.
El pueblo panameño está harto, no vaya a creer que solo es, por el alza del precio de la gasolina, que usted sobre este tema puede seguir echándole la culpa a la pandemia y a la guerra en Ucrania. No se crea que es porque no estaríamos dispuestos a apretarnos el cinturón y a compartir el arroz con tuna con usted, si en verdad fuera necesario. De lo que está harto el pueblo panameño es de la corrupción que usted ha propiciado y estimulado, o sobre la que no ha hecho absolutamente nada por corregir.
De esto es de lo que estamos hartos señor presidente, razón por la cual le recuerdo para terminar este escrito, al final, todos tenemos que rendirle cuentas a nuestro creador: “que cada palo aguante su vela”.
La autora es ciudadana.
