Hace unas cuantas semanas, la Corte Suprema de Panamá dijo que el matrimonio entre personas del mismo sexo “no tiene categoría de derecho humano y tampoco derecho fundamental”. Un fallo evidentemente contrario a la tendencia de una mayoría de países desarrollados, en los cuales los derechos individuales y la lucha contra todo tipo de discriminación ha ido ganándole la batalla a siglos de estigmatización, irracionalidad y fanatismo.
Quiero pensar que esta decisión y la oposición al matrimonio igualitario en algunos grupos está basado más en ignorancia sobre lo que es y cómo se determina la orientación sexual del ser humano, y no en mala intención. Por ello, quiero revisar un poco de lo que la ciencia ha podido dilucidar sobre este tema tan complejo y controversial como muchos otros sobre la conducta humana. Y a priori les informo que existe una gran cantidad de evidencia científica que apoya la teoría que la orientación sexual es determinada por factores primordialmente biológicos y no por el ambiente social o la crianza.
Las personas nacen con la orientación o preferencia sexual que manifestarán posteriormente, y no se elige o decide sentir atracción por personas del mismo sexo por capricho, ni tampoco se aprende por seducción o proselitismo. Por ello, si la orientación sexual es un rasgo de la conducta humana que es innato, cualquier tipo de discriminación o no reconocimiento de los derechos de las personas LGBT es criticable e inhumano.
Es importante comprender para empezar, que la orientación sexual, es decir la atracción que siente una persona por otras del sexo opuesto o de su mismo sexo, no es algo categórico. Múltiples estudios demuestran que, aunque una mayoría de personas se siente atraída por el sexo opuesto, hay un porcentaje importante que se siente atraído por los de su mismo sexo o a hacia ambos simultáneamente. También se ha demostrado que la preferencia u orientación puede cambiar a lo largo de la vida en algunas personas.
Hay múltiples líneas de evidencia que apuntan a los factores neurobiológicos como determinantes de la orientación sexual. Por ejemplo, un porcentaje altísimo de hombres y mujeres no heterosexuales manifiesta desde la más temprana edad una condición conocida como no conformidad de género de la infancia. Todos hemos visto niños o niñas cuya conducta es atípica, niños que juegan con muñecas o niñas que prefieren deportes rudos, por ejemplo. Estudios prospectivos y retrospectivos han asociado este tipo de conducta infantil con preferencias no heterosexuales cuando estos llegan a la adolescencia o posteriormente.
Otra línea de evidencia un tanto controversial, pero no menos interesante, ha sido la asociación de los tipos de orientación sexual con diferencias en el tamaño de ciertas estructuras cerebrales. Estos hallazgos se han observado en autopsias o usando imágenes como la resonancia magnética. Igualmente, hay una clara asociación estadística entre la probabilidad de ser un hombre no heterosexual y el tener una mayor cantidad de hermanos mayores hombres.
Se postula que este hecho se debe probablemente a un mecanismo inmunológico, como el desarrollo de anticuerpos maternos hacia proteínas asociadas al cromosoma Y, durante los embarazos previos. Se piensa que estos anticuerpos modifican el proceso de desarrollo de los centros cerebrales que controlan la orientación sexual durante la formación del embrión o el feto.
Lógicamente, también se ha explorado la asociación entre la orientación sexual y los genes, realizando estudios con gemelos idénticos y fraternos, o bien a través de estudios genéticos poblacionales. Y aunque no existe un “gen gay” per se, estos estudios han demostrado una asociación con ciertos marcadores genéticos y, en general, una mayor probabilidad de ser no heterosexual si tienes un hermano gemelo gay, en comparación con la probabilidad en la población general.
Otra situación cuasi experimental que apoya una génesis biológica y refuta la hipótesis del ambiente social, fue obtenida de una práctica ahora abandonada, pero que fue empleada en medicina hasta hace unos años. Esta consistía en convertir en niñas a bebes varones, con cirugía genital y castración, porque habían sufrido daño irreversible de sus genitales por complicaciones de la circuncisión o bien porque habían nacido con una malformación genital severa.
Estos bebes eran criados por sus padres como niñas, sin embargo, todas, al llegar a la madurez, se identificaron a sí mismas como varones y tenían una atracción sexual exclusiva hacia mujeres. Este triste ejemplo demuestra que aun con los esfuerzos más arduos por modificar el ambiente, incluyendo cambio en los genitales, la orientación sexual de estos individuos era más compatible con la esperada por su sexo al nacer.
Otra evidencia de la influencia de las hormonas sexuales en el período fetal, como un factor importante en el desarrollo de la orientación sexual, se observa en niñas que padecen de una enfermedad conocida como hiperplasia adrenal congénita, en la cual, durante el período prenatal, se exponen a niveles elevados de hormonas masculinas dentro del útero. Estas niñas, al llegar a la madurez sexual, tienen una probabilidad altísima de desarrollar una orientación no heterosexual. Lo que claramente apunta hacia la influencia que ejercen factores, no del ambiente social, sino del ambiente hormonal intrauterino sobre la definición de orientación sexual de las personas.
Así que si la orientación no heterosexual es una variante del desarrollo neurocognitivo innata y debida a una compleja interrelación entre factores genéticos, o determinada por el ambiente hormonal intrauterino, es en mi opinión claramente irracional, inmoral y cruel privar a estas personas de sus derechos civiles. Derechos como formar una familia con la persona que aman, y que esta unión civil sea reconocida legalmente, para poder recibir beneficios como la seguridad social, pedir préstamos conjuntos, o hasta poder darle un hogar y una familia a través de la adopción a niños o niñas que no los tienen.
El autor es médico, especialista en enfermedades infecciosas
