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¿Quién protegerá nuestra niñez de la IA?

Las últimas generaciones hemos sido sorprendidas por avances tecnológicos extraordinarios. En los años 60 alcancé a ver televisión en blanco y negro y pude comunicarme con Panamá vía telefónica desde Estados Unidos. En la siguiente etapa, entre 1970 y 1980, apareció la TV a color y pude enviar documentos por fax. En los años 90 me sorprendió Internet y, con ello, el primer celular (Motorola). En 2010, el smartphone o Android y la plataforma digital integrada al Wi-Fi, con redes 4G para uso masivo; y en 2020, el 5G, ya con reconocimiento facial, fotografías, videos, correo, pagos móviles y asistencia virtual. Hoy surge algo aún más sorprendente llamado IA, que todavía no logro —ni deseo— digerir.

Lo que sí tengo claro es que, después de sobrevivir estas cuatro generaciones, pude experimentar cambios en las relaciones interpersonales entre mis familiares, amistades, sobrinos, cinco hijos y nueve nietos. Las tertulias familiares o cafés con amigos son casi extintas. Ya mis sobrinos y nietos no corretean ni van al parque; ahora el deporte es un PlayStation o una tableta en un sedentario sofá, que apodo “couch potatoes”. Comencé a notar que la tecnología estaba lentamente acercando a quienes se encontraban distantes, pero alejaba a quienes estábamos cerca, al punto de que las reuniones o sobremesas iban desapareciendo.

Ese intercambio que tenía nuestro mundo real con otros pares era gradualmente reemplazado por un mundo irreal de juegos virtuales y de Internet. Pues dichos avances tecnológicos, si bien nos han hecho a los adultos la vida más fácil o productiva, paralelamente les han adelantado a nuestros niños y adolescentes la suya. Esa extraordinaria y prematura cantidad de información a la que están cada vez más expuestos está teniendo efectos muy negativos en su pubertad y salud mental.

Parafraseando a varios doctores en psiquiatría y psicología sexual, su mayor efecto se da a partir de la generación de 1990, conocidos como millennials, y ahora en los nacidos alrededor de 2010, conocidos como Gen Z, que confrontan serios problemas de falta de sueño, adicción a la pornografía y una disruptiva orientación mental que los traslada hacia un mundo irreal. Parten del hecho de que muchos padres, queriendo alejar a sus hijos de los peligros que confrontaban en las calles, no dimensionaron los gravísimos peligros que diariamente enfrentan en la seguridad de sus hogares, inmersos en las redes sociales y en Internet.

Estos jóvenes, desde su niñez, comparten sus fantasías con extraños, admiran falsos ídolos y exponen su intimidad en videos que exceden su capacidad racional, exponiéndolos a un universo inestable, excitante y adictivo. Este mundo fabricado les permite relacionarse en idioma figurativo (emojis) y eliminar todo lo que no les conviene o agrada con solo oprimir un botón (exit o block).

Estas empresas de alta tecnología, que hoy ocupan los top ten rankings en ganancias, han realizado a su favor poca o ninguna investigación sobre los dañinos efectos de sus productos en niños o adolescentes, tal como lo hicieron en mi juventud las grandes tabacaleras sobre los graves efectos del cáncer. De igual forma, muy pocos gobiernos exigen que los menores de edad requieran el consentimiento de sus padres antes de firmar un contrato que les permita exponer sus datos personales, videos o fotos en las redes.

Los estimados actuales indican que 40% de los jóvenes, aún por debajo de los 13 años, mantienen cuentas propias en Instagram o TikTok, sin que se les exija verificar su edad.

Ante dichas amenazas, expertos consideran que solo queda una mayor intervención de gobiernos, padres de familia, colegios y maestros para tomar medidas concretas, tales como:

a) Proponer leyes que protejan a los menores para acceder a contratos en las redes y no permitirles compartir datos personales por Internet.

b) Los padres deben controlar permanentemente el uso de algunos apps y sus contactos con influencers, juegos de azar o citas sexuales virtuales, y solo permitirles el uso de teléfonos con accesos limitados a Internet.

c) Las escuelas deben impedir el uso de smartphones o tabletas durante las clases o actividades deportivas y recreativas.

d) Promover más eventos sociales semanales, excursiones, tertulias de lectura, visitas a lugares históricos o viajes de intercambio entre los jóvenes.

La mayoría de los cientos de casos de suicidios por depresiones, frustraciones o falta de identidad de género son ocultados, ya sea por las familias afectadas o por los medios de comunicación controlados por las propias redes sociales.

Personalmente, me gustaría preguntar a los millennials y a la Gen Z, ahora en calidad de nuevos y futuros padres de familia: ¿qué van a hacer para proteger a sus hijos y a las futuras generaciones de la inteligencia artificial?

El autor fue ministro de Comercio e Industrias y embajador de Panamá tanto en Washington como en Italia.


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