Vivimos en sociedades, a nivel global, donde tiende a manifestarse un creciente extremismo de derecha, fenómeno que supone un retroceso en materia de derechos humanos. Ya no se trata de gobiernos de centro, centro-derecha o derecha tradicional: enfrentamos un extremismo que marca una época de máxima tensión.
Entre algunos de sus rasgos fundamentales destacan: el aumento de la presencia policial y la glorificación del uso de la fuerza para imponer la agenda gubernamental; la implementación de políticas económicas neoliberales, acompañadas del adelgazamiento del Estado en nombre de la “eficiencia”; y un marcado antipluralismo, que se traduce en la persecución de quienes piensan diferente y en la judicialización de la protesta. Estos son solo algunos, no todos, de los rasgos característicos de la extrema derecha.
El extremismo de derecha suele desembocar en dictaduras, como se vio en los regímenes de Jorge Rafael Videla en Argentina y Augusto Pinochet en Chile, ambos caracterizados por una fuerte represión y la implementación de políticas neoliberales. Así, cuando algunos gobernantes afirman que, de ser necesario, se convertirían en dictadores, no están bromeando: lo dicen con base en hechos históricos y experiencias empíricas. La línea que separa a un gobierno de extrema derecha de una dictadura es muy delgada.
Volviendo a los rasgos señalados, estos gobiernos suelen despreciar la opinión pública crítica y, ante bajos niveles de aceptación, se apoyan en las fuerzas de represión policial o militar, cuando el país cuenta con ejército. Generalmente, sus principales aliados son sectores empresariales. Incluso dentro de su propia clase social, enfrentan disputas internas, en las que otros grupos intentarán arrebatarles el control del Estado, aunque se trate de una lucha interclasista que no resuelve los problemas de fondo.
Los gobiernos de extrema derecha no garantizan el pluralismo, elemento indispensable para la realización ideal de una democracia. A pesar de que muchas constituciones prohíben la discriminación por ideas políticas, tanto los oficialismos como los medios afines condenan abiertamente a quienes no comulgan con el libre mercado, la propiedad privada y las libertades individuales, discriminando así a quienes sostienen posturas distintas.
Este fenómeno tiene raíces profundas. La aplicación de políticas neoliberales no es nueva: se remonta a décadas atrás, con la implementación de programas de ajuste estructural, reformas fiscales y el incremento de la deuda pública. Simultáneamente, se ha producido un progresivo desempoderamiento salarial y una creciente precarización de la clase trabajadora. Estas políticas neoliberales buscan socavar lo poco que queda del carácter social del Estado.
Por último, los gobiernos de extrema derecha suelen intentar reducir drásticamente el tamaño del Estado mediante recortes a instituciones de índole social. Sin embargo, estos gobiernos no suelen ser duraderos, ya que el impacto negativo de sus políticas sobre el bienestar colectivo se hace sentir con rapidez, y ningún pueblo es tan masoquista como para cavar su propia tumba.
El autor es profesor universitario e investigador.
