La responsabilidad social empresarial (RSE) está de moda. Sea cual sea la razón que lleve a las empresas a introducirse en este mundo, la realidad es que hoy en día cuatro de cada cinco empresas creen que hay una responsabilidad social adicional de la empresa, que va más allá de simplemente producir ganancias.
Aunque en general, en América Latina, seguimos concibiendo la RSE como filantropía, cada vez se hace más patente la necesidad de entender que el desarrollo sostenible de un país está ligado, entre otras cosas, a la forma de hacer negocios del sector privado. Así, la responsabilidad de la empresa por sus resultados económicos se une a la responsabilidad por los impactos que tiene en la sociedad y el medio ambiente, tanto positivos como negativos.
La responsabilidad social parte del comportamiento ético de la empresa. Pero, ¿qué es la empresa? Es una estructura integrada por personas. Es el empresario quien hace la primera definición de la ética en su negocio, y son los colaboradores quienes aplican esa visión ética en el negocio. Por tanto, hay que reconocer que la ética de cada individuo juega un rol sustancial en el devenir de la compañía.
La actividad empresarial deberá considerar en su forma de actuar las tres dimensiones de la ética planteadas por Francois Vallaeys, doctor en filosofía de la Universidad de París: la virtud (responsabilidad individual), la justicia social y la sostenibilidad. Estas tres dimensiones son interdependientes y necesitan estar presentes en todas y cada una de las acciones de la empresa: ¿cómo hago mi negocio?, ¿qué impacto tiene en la sociedad? y ¿puede perdurar en el tiempo?
Esta forma ética de actuar debe partir del empresario e impactará directamente en los colaboradores de la empresa. Las acciones que caminen en ese sentido tendrán como consecuencia una ruptura con el esquema tradicional de gestión de personal, pues introduce ineludiblemente las dimensiones de justicia social y sostenibilidad. La gerencia del negocio debe evitar ver a su equipo desde una perspectiva paternalista y entender que el colaborador es una persona en constante evolución, que debe sentirse satisfecha con su trabajo y tener una calidad de vida que le permita alcanzar su bienestar.
No hay duda sobre los beneficios de incorporar estas perspectivas éticas en el modelo de negocio. Pero, además, puede ocurrir otra cosa, y es que el sector privado puede aumentar su impacto positivo sobre la sociedad al convertirse en un catalizador de la mejora social, aumentando la calidad de vida de los colaboradores y sus familias, y llegando incluso a reducir los índices de pobreza en las comunidades donde opera.
En definitiva, desde el negocio existe una responsabilidad con el entorno, que empieza por asumir un compromiso individual y colectivo que se materialice en un actuar ético y socialmente responsable. Este es el camino que propone la RSE.