La sociedad está llena de mitos. Hay uno que se centra en que sólo existe un tipo de inteligencia. Abrazar este errado axioma conlleva ignorar a las demás inteligencias y desaprovechar los beneficios de potenciarlas. Ello suele suceder con la inteligencia emocional.
La teoría de la inteligencia emocional data de 1995. Daniel Goleman la hizo conocida. Goleman afirma “un alto coeficiente intelectual sólo es capaz de predecir el 20% de los factores determinantes del éxito, mientras que el 80% restante depende de otro tipo de variables como la clase social, la suerte y, en gran medida, la inteligencia emocional”.
En países latinoamericanos, donde aún queda mucho por lograr y recorrer en el ámbito educativo, se requiere más que un alto coeficiente intelectual para conseguir el éxito. Esta realidad se ve reflejada en cada aula vacía, en aquel estudiante que aumenta las estadísticas de la deserción escolar y en ese joven que no logra insertarse en el mundo productivo o no encuentra empleo a pesar de su vasta preparación académica.
Hoy en día se requieren múltiples habilidades y competencias para abrirse paso en la dura transición entre la vida académica y la profesional. La academia tiene cada vez más conciencia de esta realidad y ofrece espacios para fortalecer las competencias vinculadas a la inteligencia emocional. Gracias a ello, los jóvenes logran mejorar su capacidad de resiliencia, reconocen la importancia de la empatía, potencian sus habilidades sociales, encuentran la motivación y aplican la autoconciencia y la autorregulación. Lamentablemente, para algunos jóvenes, el significado de estos términos aún es desconocido y sufren las consecuencias de estas carencias.
En lo educativo, Goleman define la inteligencia emocional como “la capacidad humana de sentir, entender, controlar y modificar estados emocionales en uno mismo y en los demás, la inteligencia emocional no es acabar con las emociones, sino saber dirigirlas y equilibrarlas”. Muchas veces la relevancia de la inteligencia emocional es
subestimada: en ocasiones es el principal impedimento en la carrera profesional de muchas personas. Según diversas fuentes, el 65% del éxito laboral se debe a un buen uso de la inteligencia emocional, no sólo con uno mismo, sino con los demás, aplicando la empatía, influyendo en otros o, incluso, persuadiéndolos. Es materia de interés en muchas universidades que se mantienen a la vanguardia y entienden que las empresas buscan reclutar a personas que destaquen por su calidad humana y liderazgo y que comprenden que en el mundo productivo es esencial la buena disposición y la autorregulación.
Ante esta realidad, es evidente la urgente necesidad de actualizar el currículo educativo de nuestro país e incluir actividades que fomenten la adquisición de habilidades sociales y que destaquen el papel esencial de la inteligencia emocional en el desarrollo integral del ser humano. Al priorizar la inteligencia emocional en el currículo se garantiza una generación de estudiantes con habilidades, competencias, actitudes y conocimientos integrales a lo largo de la vida.
La inteligencia emocional ha generado un amplio interés tanto en la comunidad científica como en el público en general. Los jóvenes de hoy no escapan de esta realidad. Rompen paradigmas. Son autodidactas y curiosos. Ello facilita la adquisición de estas habilidades tan fundamentales y aumenta la probabilidad de que se repliquen cada vez a más personas.
De dársele prioridad, con el paso del tiempo, la inteligencia emocional dejará de ser un problema que atender para convertirse en una responsabilidad de cada individuo quien debe preocuparse por cultivarla en él mismo y en quienes lo rodean.
No es más valiente aquel que esconde sus emociones: lo es quien las reconoce y trabaja en ellas para mejorar. Para ello, espacios de aprendizaje de inteligencia emocional deben ser ofrecidos en diferentes contextos y desde temprana edad. Deben ser espacios seguros con planes de buen manejo y consejo, que se amolden a cada individuo. Lograr que la educación sea de calidad y potenciar la empleabilidad, la inserción socioeconómica y la productividad es tarea de toda la sociedad.
Promovamos una inteligencia emocional colectiva: viviremos en sociedades mejor integradas, más productivas y con personas más felices y autorrealizadas.
La autora es egresada del Laboratorio Latinoamericano de Acción Ciudadana 2019 y miembro de JUxLaE

