¿Por qué hacer los cambios estructurales que requiere el país representa un alto costo político? ¿Por qué ningún gobierno se atreve a planificar y ejecutar las reformas –por ejemplo– a la Caja de Seguro Social (CSS)? Todos sabemos que la mayoría de los políticos mienten en campaña electoral, pero, por alguna razón –quizá por optimismo, ignorancia, candidez o no perder las esperanzas– le damos la oportunidad para hacer lo que prometen.
Esta oportunidad es lo que podríamos llamar capital político y, si sumamos todos los votos obtenidos para acumular capital político, los gobiernos literalmente llegan ricos al poder, unos más que otros, pero con suficiente para tener con qué defenderse. Pero entonces viene el despertar. Poco o nada cumplen y si eso fuera poco, muchos políticos dejan ver con claridad sus intenciones: el robo. Y esa es la razón por la que nos mienten, pues es contra natura que confiesen sus egoístas intereses y convencernos al mismo tiempo que pretenden nuestros votos.
Así, entre la incompetencia y el latrocinio, el capital político se acaba velozmente. En eso agotan su credibilidad, porque, desde el principio, ese fue el plan. Entonces, ¿qué les queda para que la máquina de hacer plata –el Estado– no colapse? No les queda nada y, de hecho, quedan en deuda, es decir, que la sociedad les exigirá pagar por su incapacidad y el robo del patrimonio estatal, cometido en los años que les tocó conducir el país.
Con tan nimio capital político, temen perder más votos y es así como sacrifican los cambios que se necesitan y, al mismo tiempo, conservar los votos para repetir el ciclo. Pero eso no siempre funciona, por lo que recurren al comercio de votos. En el pasado, el capital político no era mayor, pero sí duraba un poco más, porque la credibilidad no se perdía súbitamente como ocurre ahora. El PRD y su presidente se han quedado sin un real de credibilidad y, debido a ello, están sufriendo una escandalosa bancarrota política.
Si ahora se atrevieran a hacer los cambios dolorosos, pero necesarios, para salvar la CSS, tendrían al país entero en las calles, gritándole ladrones al presidente para abajo; si se les ocurriera subir los impuestos o crear nuevos –porque el clientelismo ya no tiene suficiente dinero–, seguramente los engañados quemarán la sede de la Asamblea Nacional, si es que antes no alcanzan a un diputado.
Así que tales aventuras estructurales no cruzan por sus mentes y el pueblo tranquilo, porque los políticos no le sacan dinero de su bolsillo, duerme un sueño de opio. La alarma para despertarnos lleva años sonando, pero los gobiernos la apagan con subsidios, becas o un contrato temporal de trabajo. ¿Para qué despertar al pueblo, si aún puede dormir un poco más? Un día no habrá gobierno que pueda apagar la ruidosa alarma. Entonces, ¿a quién culparemos por no levantarnos? ¿A nosotros, que, sabiendo las consecuencias, ignoramos la alarma, o a los gobiernos, que la apagaba para seguir en el poder?

