El señor vicepresidente, que evidentemente está –junto con su equipo– al frente de las negociaciones con los grupos que están protestando, ha demostrado ser un completo torpe, propio de un novato. Los errores cometidos sobrepasan los límites del sentido común. Su red neuronal es tan escasa como pingüe es su soberbia. Si algo dirige sus acciones es su autosuficiencia, su ignorancia y su infinita codicia. Nada de esto pasa inadvertido a sindicalistas que llevan toda la vida negociando, entrenados para detectar debilidades y, sin dudarlo, hacen pedazos a su contraparte.
Para ser negociador se requiere credibilidad, legitimidad y el respeto de la contraparte. Gaby Carrizo carece de todo eso, y a ello hay que agregarle su apetito político personal. Jura que nadie lo nota, lo cual es un acto de arrogancia que provoca ira y lo deslegitima. Lo primero que ha debido hacer es identificar sus debilidades –que no son pocas– y luego designar negociadores de verdad, algo que le hubiera ahorrado días o semanas de traumas al país.
Negociar con los grupos de forma aislada también fue un error. Quizá esa sea la excepción de “divide y vencerás”. Quedó claro que la estrategia no dio resultado. Y las razones son obvias. El problema es que Gaby y su gente creen que lanzar unos centavos a la multitud calma los ánimos. Hace unos meses, Gaby debió darse cuenta de que eso no le funciona. Literalmente lo vivió cuando nadie le tomó las monedas que arrojó a la salida de un bautizo, mucho menos le funcionaría con gente indignada y que no lo respeta. Subestimar ha sido de sus peores errores.
Eso me lleva a preguntar, ¿qué es lo que ha negociado Gaby? Si los líderes de las protestas hubiesen exigido que el galón de gasolina costara $2, seguramente lo habrían conseguido sin esfuerzo. Antes de negociar, y especialmente en grandes ligas, se requiere un largo proceso de aprendizaje –ensayo y error–; luego, hay que razonar y planificar, someter las acciones a una estrategia y ceñirse a esta. Eso lo tiene claro su contraparte, pero Gaby y su equipo fueron a improvisar y los dejaron como peleles. Una vez más, subestimó a su rival.
Finalmente, su estrategia de comunicación no tiene nada que envidiarle a la estupidez. En vez de informar a través de canales oficiales, se ha enfrascado en una guerra en redes sociales, con propaganda –dizque anónima–, pero la rúbrica es inconfundible: soberbia e idiotez. No sé hasta dónde llega el poder del vicepresidente, pero lo que sí sé es dónde quedará el PRD en las próximas elecciones. Quizá la palabra ambulancia les dé una idea.
Si el vicepresidente se apunta estas pírricas victorias como credenciales para aspirar a la Presidencia, no solo se equivoca; nos dice que su codicia e incompetencia solo son superadas por su ridículo ego. Si de algo podía presumir antes el PRD era de sus negociadores, pero de aquellos días al Gaby de hoy, hay un abismo, tan profundo como la crisis que atraviesa ese partido, conquistado por la más impresentable escoria e ineptos políticos de este país.

