Cuando era un niño, había en Penonomé una valla con la imagen del general Omar Torrijos con una de sus frases más conocidas: “Lo que quiero para mis hijos, lo quiero para mi pueblo”. No he olvidado esas palabras, pero no puedo decir lo mismo del PRD de hoy, para el que ese pensamiento tiene la validez del desperdicio. Por eso, frecuentemente me pregunto qué hace su hijo Martín Torrijos en un partido que representa todo lo contrario al ideario de su padre.
¿Martín Torrijos nunca se ha preguntado si lo que quería su padre era regalar jamones o que los que menos tenían tuvieran acceso a educación para comprar sus propios jamones? Si Torrijos quería que sus hijos se educaran –como lo hizo el propio Martín en una de las mejores universidades de EU– ¿cómo es que Ifarhu es la beneficencia para que los hijos del PRD reciban educación de primera al mismo tiempo que les niega ese privilegio a los hijos del pueblo? ¿Qué clase de hijo y ciudadano es Martín Torrijos, cuyo silencio lo convierte en cómplice de la desaparición del ideario de su padre?
He visto cómo lo mejor del PRD se aparta de la pandilla que lo dirige. ¿Y Martín Torrijos qué? ¿Le parece bien todo lo que sufre el pueblo que su padre decía amar como a sus hijos? Yo no admiro al general, pues en buena parte es responsable de lo que hoy nos gobierna. Tampoco aplaudo todo lo que hizo, pero algunas cosas las hizo bien, lo mismo que su hijo Martín, y eso lo reconozco.
Pero si Martín pretende rescatar lo bueno de la herencia política de su padre, tendrá que hacer algo mejor que taparse la nariz ante la fetidez que despide la dirigencia de su partido. Hay gente fabricando escenarios políticos, en los que su nombre empieza a aparecer: que si Martín y Gaby o viceversa; que si Torrijos y Crispiano (o sea, más de lo mismo, con el agravante de que su nombre quedará atado a la peor clase de gente del PRD); que si Martín y Rómulo; que si Martín en una coalición de partidos de oposición, etc.
Su apellido es un activo político que puede servir a los mejores intereses del país o a las pandillas que gobiernan el partido que fundó su padre y que lo llevó a la Presidencia. Y si piensa volver al ruedo político, tendrá que hacer también su propia elección: ¿más de lo mismo o rescatar lo mejor de su padre? ¿Correr por el PRD o a través de un tercero? ¿Qué ofrecerá a cambio de los votos: jamones y contratos de trabajo o sentar las bases de un Panamá con las mismas oportunidades que tuvo él?
Reparar el daño hecho a nuestra democracia que hizo su padre y los que vinieron después –incluido este PRD que hoy más que hoy añora aquellos días del autoritarismo– es una responsabilidad de la que Martín no está exento, como tampoco lo está el resto de los partidos políticos, que también han hecho pedazos la democracia. Si escoge volver y servir al país, debe saber que enfrentará a la peor escoria del país; a alguien que, si aplicáramos las palabras del general, entonces su deseo para el pueblo sería que fuéramos como sus hijos: ladrones, lavadores de dinero. A eso se tendría que enfrentar, incluso, dentro de su propio partido.

