Cada día me cuesta más hallar las palabras para describir la idiotez de nuestros gobernantes y, sin embargo, son ellos los que nos tratan como idiotas, aunque, en general, la gente en este país no tiene una pizca de idiota. Por ejemplo, yo quisiera saber sin un panameño bien informado votaría por cualquier candidato del PRD que le prometa arreglar los problemas de la Caja de Seguro Social o que, a partir de 2023, las calles y carreteras del país serán un algodón de lo confortable que será manejar por ellas. ¿Por qué creerle? Sería lo mismo que el ministro Sabonje prometiera arreglar las calles en 2024 si le dan el voto. ¿Qué clase de idiota votaría por este señor? ¿Un zombi? ¿Una sirena?
¿Hay alguien que pueda negar que el hombre más poderoso de Panamá es Benicio Robinson? Y, sin embargo, sus electores están entre las más pobres del país. Pero Robinson no es un pobre más. Él es un rico empresario que hizo su fortuna a la sombra de la política, porque él no ha sido otra cosa que funcionario toda su vida. O Robinson es el tipo más astuto del país haciendo negocios o nosotros somos unos burros idiotas. ¿Usted qué cree?
Y ahí está Ricardo Martinelli. Me pregunto por qué mis colegas periodistas, cuando están frente a él, jamás mencionan Odebrecht o FCC. ¿Es que no lo quieren incomodar con las cosas que él más aborrece? En este caso, los periodistas nos hacemos los idiotas, aunque eso no significa que lo somos. Pero lo cierto es que debemos dejar de fingir que somos idiotas porque la gente empieza a creer que sí lo somos... y con justa razón.
Y los políticos de oposición tienen que salir a hacer su trabajo. Ya está bueno de que los periodistas sean los que den a conocer la podredumbre del Gobierno. ¿O es que no son oposición? Si quieren ese título, deben ganárselo, pero sospecho que en muchos casos no existe tal oposición. Hay saltamontes que saltan menos en toda su vida que estos políticos, capaces de cambiarse la camisa tan rápido como pueden coger la moneda que le arrojan sus ocultos amos antes de tocar el piso.
Presidentes que no trabajan más nunca en sus vidas; diputados que se retiran a sus costosas fincas y con tanta plata que, si ponen un negocio, es para evitar la suspicacia. Nos tratan como idiotas, pero todos sabemos. Ni siquiera tenemos que probar nada, porque ellos lo hacen. Solo hay que recordar cómo vivía Rafael Guardia Jaén, el millonario del Programa de Ayuda Nacional (PAN), que antes se ganaba la vida con chivas parranderas, o cómo era la vida de Frank De Lima en los Súper 99 antes de ser ministro. Llegaron limpios, salieron millonarios, como los de hoy, que solo trabajan para despojar al Estado. Insisto, nos tratan como idiotas.
Nos roban tierras y dinero; el presente y el futuro; la salud y la paz mental; la felicidad y la ilusión de ser alguien. Y ahora roban conciencias, salvo que seamos tan idiotas como para creer que su precio no supera el de un jamón. O dejamos de fingir idiotez y les decimos en su cara que no hay forma de ser millonario si eres asalariado del Gobierno o terminaremos como el famoso vocero –de pecho desnudo– que, sabiendo que su amo es un idiota embustero y cobarde, prefiere comer de las sobras que él le arroja, que pagar por lo que come. Así nos quieren tener: comiendo de sus manos y solo de lo que ellos nos den.
