Días atrás, el PRD organizó algo que llamó un “debate” entre sus precandidatos presidenciales. Parecían párvulos describiéndonos lo amarillo que es el color amarillo. Es la peor de todas las ridiculeces y cursilerías políticas que he visto hasta ahora en esas primarias. Fue más un ejercicio poético que un debate.
Quizá pensemos que los organizadores de estos “debates” quieren tratar a sus precandidatos con tal sumisión que, en vez de ponerlos a sudar cuesta arriba, los pasean cuesta abajo. Y allí, precisamente, es donde terminan. No hay que tener mucha frente para deducir por qué no hay debates. Creo –y pienso que los organizadores también lo saben– que es 100 veces mejor que sus precandidatos queden como miedosos que como idiotas.
Si consideramos que un debate es mucho más que exponer una idea, que se trata de discutir sobre las ventajas o desventajas de lo que se habla o analiza, entonces concluiremos en que para nuestros políticos es más fácil agarrarse a puños que debatir. Por ejemplo, cuando el diputado Juan Diego Vásquez cuestionó al vicepresidente sobre el incumplimiento de sus promesas de campaña en el tema de la corrupción y la rendición de cuentas sobre los gastos de la pandemia, Gaby Carrizo esquivó responder. En su lugar, lo atacó diciéndole que él era una amenaza para el sistema.
Y cuando este medio le preguntó sobre la mansión que se construyó en Penonomé, Carrizo tampoco respondió. En su lugar, hubo ataques en redes sociales: una campaña de difamación y amenazas poco veladas, pues es mejor atacar que entrar a debatir sobre su salario y su repentina riqueza. En resumen, el miedo a debatir nos revela su talante, nada novedoso, pues es el mismo que adoptó Ricardo Martinelli en su gobierno: no responder, sino atacar.
Y me refiero específicamente al vicepresidente, porque, según las supuestas encuestas del PRD, también divulgadas en redes, Gaby es el favorito –y por lejos– para ganar las primarias de su partido y hasta las elecciones generales de 2024.
Pero, volviendo al tema, me gustaría ver a estos aspirantes debatiendo sobre sus soluciones; quisiera que después que exponga uno, el resto cuestione, y así tendremos alternativas discutidas, analizadas y tamizadas a la luz de un debate. Los electores tendremos más información –enriquecida por el debate– y podremos elegir mejor. Y este es el asunto: a mayor información, menos oportunidades tendrían los demagogos, embusteros e hipócritas.
Si estos precandidatos quieren hacer discursos, es aconsejable esperar hasta haber alcanzado la Presidencia. Mientras tanto, la candidatura presidencial está en pugna, incluso para el favorito. Y si quieren ir a elecciones nacionales, demuestren que están hechos para gobernar, no para robar; que tienen un proyecto para solucionar los problemas y no un proyecto para engrosar sus cuentas bancarias; que pueden servirle al país y no servirse del país.
Por ahora, la demagogia de Carrizo es evidente. Si tiene las soluciones que nos recitó en ese “debate”, ¿qué espera para ponerlas en práctica? Aún es el vicepresidente de la República; le queda poco más de un año ahí; tiene el respaldo del político más influente del PRD, Benicio Robinson, y del presidente ausente, quien le cedió todo su poder en estos años. Entonces, ¿para qué necesita el título, si siempre ha ejercido el cargo?

