“En esta nueva forma de gobernar no hay presiones, compra de conciencias, maletinazos ni matraqueos. Respeto profundamente la separación de poderes”. Con estas palabras Mulino cerró una vergonzosa jornada en la que la ciudadanía fue testigo de todo lo contrario: presiones, matraqueos y una inexplicable reunión en el Palacio de la Garzas que echa por tierra el respeto que el mandatario dice tener por la separación de poderes.
Una tremenda demostración de cinismo que empañó el resto del discurso presidencial. Y es que el mensaje que recibió el país no estaba en las palabras que leyó Mulino, sino en los hechos que marcaron la agónica derrota: la candidata oficialista saliendo de la Presidencia, funcionarios del Ejecutivo paseando por los pasillos de la Asamblea, la presidenta saliente del Legislativo dilatando por horas la sesión y el contralor presuntamente negociando votos como si fuese un operador político más.
Aunque los vicios del clientelismo y la politiquería no son nuevos, en esta ocasión se exhibieron sin pudor ante el país. Se cayó el velo. Una cosa es sospechar que hay injerencia del Ejecutivo en el Legislativo y otra es verla en vivo por las pantallas de celulares y televisores. Es diferente saber que el contralor es cercano al presidente y otra es verlo desdibujar por completo su rol de vigilante de las finanzas públicas, que exige al menos la apariencia de independencia. Fue un desprecio público y notorio por la institucionalidad democrática, que paradójicamente y al haber fracasado, puede acabar fortaleciéndola.
No estoy forzando un final feliz a esta decadante historia. Solo destaco que el desenlace puede ser positivo para el país. Por distintas razones y motivaciones hubo una mayoría de diputados que se resistió a las presiones, abriendo la posibilidad de ejercer un rol de contrapeso al Ejecutivo. Eso ya es ganancia, como también lo es, el hecho de que Shirley Castañedas (abogada de Cholo Chorrillo y Ricardo Martinelli) no presida el Legislativo. No hay que tener mucha imaginación para entender el daño reputacional e institucional que esto hubiese ocasionado. Con su derrota ganó el país.
Hay otras ganancias que están por verse. La primera de ellas es el papel que jugará la nueva mayoría legislativa. Hay pocos indicios de que se mantenga como un bloque unificado que resista las presiones políticas y económicas. El reto más grande, tanto por el tamaño de la bancada cómo por las expectativas creadas, lo tiene “Vamos” y en menor medida “Seguimos”. La conformación de las Comisiones de Presupuesto y Credenciales y los perfiles de quienes las presidan, darán pistas sobre si veremos un rol riguroso de fiscalización o un mero concurso de protagonismos. Por ahora hay una buena señal: el nuevo presidente Jorge Herrera anunció que reactivarán las reformas al reglamento interno, indispensables para un verdadero cambio en el Legislativo.
Por el lado del Ejecutivo, el haber perdido el control de las comisiones claves, exigirá un cambio de estrategia para asegurar la gobernabilidad. Hay evidencias de sobra de que el estilo presidencial de imposición y confrontación no ha funcionado. Por más que sus asesores lo aplaudan y los aduladores hagan maniobras para desmarcarlo de la derrota del 1 de julio, la imagen de Castañedas saliendo de la Presidencia lo coloca en el centro de la debacle. Su credibilidad quedó lesionada y su debilidad política expuesta.
Se dice que se aprende más de las derrotas que de las victorias. Ojalá que el bochorno que marcó el inicio del segundo año de José Rául Mulino motive un giro de timón.

