El informe de la Unesco Safe to Learn and Thrive (2024) advierte que las escuelas del mundo deben garantizar entornos donde los estudiantes aprendan, crezcan y se sientan protegidos. No basta con transmitir conocimientos; la escuela debe ser un espacio seguro, emocionalmente saludable y libre de violencia.
En Panamá, los hechos recientes en el Colegio José Guardia Vega de Colón y en el José Santos Puga de Veraguas reflejan una realidad alarmante. La violencia ha traspasado los límites de lo tolerable: agresiones físicas, amenazas, acoso y, lo más preocupante, el uso de armas punzocortantes para infligir heridas entre estudiantes. Ya no se trata de simples conflictos juveniles, sino de señales de una fractura profunda en los valores, en el hogar y en la sociedad.
El informe de la Unesco propone acciones integrales: políticas inclusivas, programas de prevención, formación docente en manejo de conflictos y redes de apoyo entre escuela, familia y comunidad. En el contexto panameño, esto implica fortalecer la educación en valores, promover la cultura de paz y crear mecanismos de intervención temprana ante cualquier señal de riesgo. La respuesta no puede limitarse a sancionar; debe educar, acompañar y reconstruir el tejido emocional de nuestros jóvenes.
Reflexión final
A los docentes, autoridades y padres de familia: no podemos permitir que la violencia se normalice. Cada golpe, cada herida, cada amenaza dentro de una escuela es una advertencia que nos grita que algo anda mal. La escuela debe ser un refugio de esperanza, no un escenario de miedo.
Si no actuamos hoy —desde el aula, el hogar y la comunidad— el deterioro del tejido social será irreversible. Erradicar la violencia implica repensar las prácticas educativas, incluyendo:
Diseñar currículos que integren la educación para la paz, la justicia social y los derechos humanos.
Fomentar ambientes de aprendizaje afectivos, inclusivos y participativos.
Reconocer y abordar las violencias estructurales que afectan a estudiantes indígenas, rurales, migrantes o en situación de vulnerabilidad.
La violencia escolar no es solo un problema educativo: es el espejo de una sociedad que está perdiendo su rumbo moral y afectivo. Todavía estamos a tiempo de revertirlo, pero solo si educamos con el ejemplo, con respeto y con amor.
Consecuente con la concepción freireana de la educación, podemos afirmar que entronizamos la violencia en el aula cuando se practica un proceso pedagógico deshumanizante y despersonalizado, que excluye al estudiante por su origen social, cultural o lingüístico.
En nuestra visión, la violencia no solo es física; es también cultural, epistemológica y política, y aún más cuando se intenta imponer una visión del mundo que niega las otras.
En la escuela panameña se hace obligante el desarrollo de la pedagogía del diálogo y la pedagogía del amor, como únicas formas de enfrentar la violencia en cualquier nivel. Tenemos que entender que la escuela debe ser un espacio de palabra liberadora, no de imposición ni de miedo.
El autor es especialista en Ciencias Sociales y Planificador de la Educación.

