Nuestro presidente suele expresar públicamente que es un presidente proempresa privada y que no tiene problema en reconocerlo. Para mí, como un joven con más de 15 años de experiencia profesional en el sector privado y que entiende su rol, esto es música para mis oídos. Sin embargo, noto en algunos casos cierto rechazo a esa aseveración, producto de una mala interpretación: se presume que el empresario siempre es un magnate multimillonario, que no trabaja, no hace nada y solo recolecta utilidades inmensas todos los meses. Pero ¿qué es realmente la empresa privada? ¿Cómo está compuesta en Panamá? ¿Cuántos empleos genera? ¿Cuáles son sus implicaciones y riesgos?
Una empresa privada es una organización de carácter económico cuyo propietario es una o varias personas, de forma directa o a través de entidades legales privadas. Su principal característica es que tiene fines de lucro, es decir, su razón de ser es generar utilidades a sus propietarios. Se clasifica en micro, pequeñas, medianas y grandes empresas, según el número de colaboradores y la facturación anual promedio.
Cuando una persona o grupo de personas emprende, arriesga su propio capital —el fruto de su trabajo— o, en muchos casos, recurre al financiamiento y asume compromisos importantes para iniciar su negocio. El riesgo es muy alto y las probabilidades de no tener éxito, también. Además, se requiere tiempo, disciplina y consistencia para consolidar un emprendimiento. De allí que muchas grandes empresas sean multigeneracionales: toma años de esfuerzo y mejora continua sostener un negocio exitoso.
Como si fuera poco, dependiendo del tipo de actividad, el empresario debe enfrentar una serie de obstáculos burocráticos, primero para constituir legal y legítimamente su empresa, y luego para ponerla en marcha.
En Panamá, la inmensa mayoría del tejido empresarial está constituido por MiPymes, con las microempresas a la cabeza. Diversas fuentes señalan que este segmento representa entre el 90% y el 95% de la totalidad de empresas en el país. El mensaje es claro: estas empresas son el corazón de la economía formal panameña. En cuanto al empleo, las MiPymes generan alrededor del 50% de los puestos formales en el sector privado; el otro 50% corresponde a las grandes empresas. Y si se suma todo el empleo del sector público y privado, solo un 10% proviene del primero. El sector privado, por tanto, es el gran motor que impulsa al país.
En conclusión, cuando un presidente afirma que es proempresa privada, está transmitiendo un mensaje sumamente positivo. Ese comentario, por sí solo, resulta atractivo para el inversionista extranjero que puede decidirse a apostar por Panamá, generar empleo e impactar de manera directa y favorable la vida de muchos panameños. Basta ver la masiva atracción de inversión extranjera directa que hoy capta Argentina. En contraste, nadie parece querer invertir en Venezuela o Cuba. No digo que hablar sea suficiente: al final, lo que manda son las acciones. Pero en un presidente, las palabras pesan y hacen diferencia. Y si además se acompañan de hechos coherentes, el impacto es aún mayor.
Tengamos cuidado con quienes critican todo, con quienes satanizan la inversión extranjera o la empresa privada; con los progresistas que abogan por un Estado omnipresente que intervenga en la economía y se dedique a expandir o inventar derechos; y con los pseudoambientalistas que, desde la comodidad de la ciudad o la playa, buscan impedir la explotación de recursos naturales valiosos cuyo beneficio puede ser determinante para la ciudadanía y el país.
Ojo, panameños: hablemos con la verdad. No todos los empresarios son grandes; la mayoría son micro, pequeños y medianos. Todos los que trabajamos y vivimos del sector privado debemos ser proempresa privada. Y si trabajas en el sector público, también, porque tu salario depende de la actividad económica que genera el sector privado, de los impuestos y de la deuda que adquiere el Estado y que, al final, pagan los contribuyentes (empresas y personas).
Un punto importante: quien crea una empresa solo para contratar con el Estado, sin experiencia previa que lo justifique y basándose únicamente en el tráfico de influencias, no es un empresario y jamás lo será, sin importar cuánto dinero logre ganar en el camino.
El autor es empresario.

