Se cumplen 54 años de la gesta patriótica, cuyo significado parece esfumarse en el tiempo. Es un hecho que a gran parte de la ciudadanía le parece irrelevante y desfasado hablar de soberanía. Ya no existe una Zona del Canal, bases militares y una administración extranjera del Canal de Panamá, que humille la dignidad nacional.
Es reprochable la poca importancia que en la actualidad se le otorga a los eventos del 9 de enero de 1964. La indignación y el rechazo ante la imposición norteamericana generaron la movilización espontánea más grande de la historia del país hasta nuestros días.
Es inspirador saber cómo Panamá se alzó sin distinción de edades, clases sociales o ideas políticas, a exigir respeto por una agresión desproporcionada ante un pueblo inerme. El ultraje al pabellón nacional por los zonians del Balboa High School, la ruptura de relaciones diplomáticas con Estados Unidos (EU); la muerte de 21 panameños y cientos de heridos defendiendo la insignia nacional, son hechos históricos que no deben ni merecen ser olvidados. El tamaño de la injusticia redefinió la correlación de fuerzas para negociar los términos y condiciones de nuestras relaciones con EU.
Hoy, la gesta patriótica adquiere un profundo significado. Es el marco de referencia adecuado para autoexaminarnos, como jóvenes, en nuestro rol protagónico. Los estudiantes mártires como Rosa Landecho, de 13 años, Gonzalo Crane, de 14, y Vicente Bonilla, de 15, son ejemplo de una juventud consciente, empoderada y comprometida en combatir la injusticia y hacer respetar los derechos nacionales. La valentía de la juventud panameña fue la vanguardia del grito de rebeldía nacional.
Los héroes del 9 de enero le dieron sentido y valor a la palabra respeto. Nuestro deber como jóvenes es emularlos. Hoy los enemigos a combatir son otros: los niveles de desigualdad, la impunidad, la corrupción, la situación crítica de la seguridad social y una educación que no permite aspirar a una mejor calidad de vida. Esta crisis de valores generalizada y doble moral nos pone de rodillas ante retos como el narcotráfico, la delincuencia y la corrupción. Es imperativo levantar la voz ante el inminente peligro que corroe las bases de la sociedad panameña.
Los invito a indignarse y pasar de las protestas en redes sociales a las manifestaciones que hoy se concentran, siempre enalteciendo los valores sociales y cívicos que hicieron posible la recuperación de la Zona del Canal y de la dignidad nacional.
Los colores de la bandera panameña son una permanente remembranza de la inutilidad de los enfrentamientos ideológicos, entonces la división entre liberales y conservadores, ahora entre izquierdas y derechas. Es injustificado postergar la discusión del tipo de país que deseamos por divisiones de naturaleza ideológica.
El 9 de enero debe conmemorarse como una fecha de renovación de un compromiso intergeneracional. Las acciones dignas y heroicas forjan el carácter y la identidad de una nación. Panameños como Justo Arosemena y Roberto Chiari son referentes de heroísmo y dignidad.
No nos dejemos distraer. Escapemos del remolino de la politiquería criolla. Cada panameño debe velar porque sus actos sean consecuentes con el ejemplo que nos legaron los mártires y los héroes del 9 de enero. Prohibido olvidar.
El autor es miembro de Jóvenes Unidos por la Educación y director de Alianzas de Enseña por Panamá.