Sindicalismo: lucha legítima vs. las prácticas cuestionables

El sindicalismo surge como una respuesta legítima y necesaria; para la defensa de los derechos de los trabajadores, logrando conquistas históricas que transformaron el mundo laboral. Desde la reducción de las jornadas laborales hasta la obtención de mejores salarios y condiciones de trabajo, los sindicatos han sido actores clave en la construcción de sociedades más justas. Sin embargo, a lo largo de su evolución, algunos sectores del sindicalismo han cruzado una línea peligrosa, desviándose hacia prácticas cuestionables que generan desconfianza y críticas. Esta dualidad plantea una reflexión sobre cómo y por qué ciertas organizaciones pasan de ser defensoras de derechos a convertirse en estructuras opacas e incluso en instrumentos de poder al margen de la ley.

Luego de las protestas de hace un par de días en ciudad de Panamá, en donde un grupo de trabajadores de la construcción, se atrincheraron, luego de haber sido encarados por la Policía Nacional, por el no permitir la libre circulación; vuelve a la palestra, el cuestionamiento sobre las prácticas cuestionables que utilizan los sindicatos, para lograr sus “victorias sindicales”.

Se nos olvida, que el sindicalismo se fundamenta, en garantizar el equilibrio en las relaciones laborales, protegiendo a los trabajadores frente a posibles abusos por parte del empleador. A través de la negociación colectiva, los sindicatos han servido como una herramienta legítima para exigir justicia laboral. Movimientos como la huelga y las manifestaciones pacíficas son expresiones esenciales de la lucha sindical, siempre que se realicen dentro del marco legal y el respeto por los derechos de terceros. En este contexto, el sindicalismo es un baluarte de la democracia y una garantía del ejercicio pleno de derechos sociales.

No obstante, en algunas ocasiones, la defensa de los derechos laborales ha sido utilizada como un pretexto para prácticas alejadas de la ética. Casos documentados en diversas partes del mundo muestran cómo ciertos líderes sindicales han empleado sus organizaciones como plataformas para el enriquecimiento personal, el chantaje y la coacción. Lo que provoca, que pierda credibilidad, generando desconfianza no solo entre los empleadores, sino también entre los mismos trabajadores que deberían beneficiarse de su acción.

Sin duda alguna, a nivel jurídico, los Estados enfrentan un desafío complejo: proteger el derecho de asociación y la libertad sindical, sin permitir que estas organizaciones se conviertan en poderes fácticos fuera de control. El equilibrio es delicado. Por un lado, es vital no criminalizar las legítimas reivindicaciones de los trabajadores; por otro, es imprescindible combatir las prácticas corruptas dentro de las mismas organizaciones sindicales. El establecimiento de mecanismos de control y transparencia es una medida fundamental para asegurar que los sindicatos cumplan con su verdadero propósito.

Es importante destacar que el problema no radica en el sindicalismo como tal, sino en los excesos de ciertos actores que distorsionan sus principios fundacionales. La clave para evitar estos desvíos está en fortalecer la formación ética de los líderes sindicales, promover la rendición de cuentas y garantizar la participación activa de los trabajadores en la toma de decisiones internas.

El sindicalismo debe ser un faro de esperanza para los trabajadores, no un terreno fértil para prácticas cuestionables. Recuperar la esencia de la lucha legítima por los derechos laborales es una tarea colectiva, en la que tanto los trabajadores como la sociedad en general deben estar vigilantes para evitar que se crucen líneas que no deben ser traspasadas. Solo así podrá mantenerse su papel fundamental como garante de la justicia social y el bienestar laboral.

La autora es abogada.


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