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Soberanía, geopolítica tributaria y listas fiscales

Observo una edición del Ulysses de James Joyce de Pinguin Modern Classics, ilustrada en portada con una representación dibujada que muestra la congestión de tráfico en el centro de Dublín, en 1904. No hay vehículos a motor. Quizás algún tranvía. Todo fluye en desorden.

Sobresale el transporte público llevado por una especie de ómnibus de pasajeros, tirado por caballos, muy grande y techado, parecido a un vagón de tranvía, con una puerta trasera en una esquina y escalera, igual a los que circulaban en Londres en la misma época. Muy probablemente el antecedente de los posteriores buses rojos de dos pisos, tradicionales de la capital de Inglaterra.

Esos pesados y aparentemente poderosos omnibuses, tirados por caballos vigorosos, gobernados por un cochero temible, son los protagonistas de la mejor explicación metafórica que yo conozco de la esencia del sistema internacional, atribuida a Lord Salisbury, varias veces Primer Ministro y Ministro de Relaciones Exteriores inglés, en las últimas décadas del siglo XIX, cuando el Imperio Británico victoriano reinaba.

Siendo niño, Lord Salisbury veía en Londres estos enormes omnibuses y observaba a los cocheros con las riendas en sus manos y un látigo, controlando a estos equipos de enormes caballos. Pensaba que eran los hombres más poderosos del mundo.

Cuando creció y analizó mejor, realizó que estos hombres eran continuamente limitados por otros vehículos, por caballos sueltos, por los peatones, por el tráfico y que, lejos de ser tan poderosos, les costaba mucho llegar a su destino.

Lord Salisbury decía que hacer política exterior era estar en una situación parecida a esos cocheros: desde fuera puedes verte poderoso pero, mirando de cerca, estás continuamente enfrentado por fuerzas que van en otra dirección. Al final, tendrás muy buena suerte si logras tus metas.

El Estado Nacional es una creación intelectual y en su teoría básica cada Estado hace lo que quiere. Eso es soberanía. Un elemento fundacional de la soberanía es la potestad de definir y cobrar sus impuestos y la autonomía para aprobar sus propias leyes.

El dilema con la teoría básica es que cada Estado reclama el mismo poder y cuando interactúan entre sí, en la comunidad internacional, el rejuego de intereses crea conflictos. Como los cocheros de Lord Salisbury, ninguno tiene todo el poder que aparenta tener y hasta las grandes potencias se ven limitadas en su transitar por el «tráfico» de otros poderes que impactan en los ámbitos económico, militar y cultural.

El asunto se complica si observamos que la comunidad internacional de Estados, no tiene, a diferencia del orden doméstico, una autoridad superior, que sea último depositario del poder suficiente para poner orden.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se ha estado configurando un orden internacional más o menos sujeto a Derecho, pero la realidad es que el Derecho Internacional Público es todavía un marco jurídico muy difuso, reciéntemente mucho más debilitado por la situación de Ucrania y Medio Oriente.

La realidad de la comunidad internacional sigue siendo hoy, a pesar de todo, un territorio parecido a la selva, donde impera el más fuerte y donde el arte de negociar, hacer alianzas y reconocer limitaciones es fundamental.

En ejercicio de su soberanía y con la gran bendición de las élites de los países más poderosos del mundo, desde los años 20 del siglo pasado, Panamá fue configurando un sistema de vehículos corporativos flexible, bastante opaco, ligado a un sistema tributario de renta exclusivamente sustentado en la fuente territorial. Muchas otras jurisdicciones, por ejemplo Uruguay, hicieron algo parecido.

Esos sistemas, por más domésticos que parezcan, coscientemente funcionaron para ayudar a sectores sofisticados y muy ricos de las élites de todas las grandes potencias y también de Panamá y América Latina, a disminuir ostensiblemente su pago de impuestos. Todos sabían lo que hacían y también es necesario decir que esencialmente era legal. Claro, porque la Ley había sido configurada para que así lo fuera. En Biología un fenómeno así lo llaman «simbiosis».

En 2008 hubo una crisis financiera internacional profunda y todo empezó a cambiar. Los países más poderosos, organizados en el G-20, «ordenaron» la reestructuración del sistema financiero mundial. Empezó la presión sobre todas las jurisdicciones que se dedicaban al mismo negocio de Panamá. La mayoría optó por negociar en serio y salvar lo que podían, mientras se adaptaban al nuevo orden.

Panamá aparentaba negociar y cumplir. Pero muy en el fondo ganaba tiempo, dilataba. Había una fe ciega y colonialista de que, en algún momento, los Estados Unidos nos iba a rescatar y todo volvería a ser igual. Muchos piensan todavía así. Nos fuimos quedando solos. Retamos al sistema. No hicimos alianzas y llegó abril de 2016 cuando recibimos un torpedo a la línea de flotación llamado «Panama Papers», que no nos hundió, pero que nos averió muy fuertemente y todavía sufrimos las consecuencias.

Desde 2016 hemos avanzado mucho en la actitud negociadora y de cumplimiento. Pero siempre tarde. Siempre arrastrando las piernas. Siempre con doble juego. Los poderes externos nos conocen perfectamente.

¿Qué debemos hacer hoy? ¿Volver a atrás y arroparnos nuevamente en la soberanía? Ese es un punto de vista respetable. Yo, sin embargo, prefiero que se fortalezca la actitud negociadora y de cumplimiento. Tenemos mucho que perder como Estado si no lo hacemos y los intereses de un solo grupo no debieran condicionar todos los intereses nacionales.

Ahora bien, tampoco se trata de dejar tirados en la cuneta a los que se han dedicado por décadas a esos negocios. Se trata de transformarnos. En Viena, Dublín, Ámsterdam, Frankfurt o Londres se ofrecen hoy en día, servicios jurídicos corporativos y tributarios de alto nivel que han sido «bendecidos» por los poderes internacionales.

En Panamá hay suficiente talento para estudiar esos productos y adaptarlos a nuestra realidad, para ofrecerlos al mercado de América Latina, más baratos y con la misma calidad. ¿O acaso las leyes de sociedades anónimas y fundaciones de interés privado no son modelos importados?

Lo que sí es cierto es que el pasado no volverá.

Negociar es la actitud. Precisamente por ello felicito las recientes noticias que dan cuenta de negociaciones avanzadas para que Panamá sea excluida de la Lista Fiscal de Brasil, incluyendo la posibilidad de firmar un Convenio para Evitar la Doble Imposición con dicho país, lo cual es un instrumento para atraer inversiones. Un buen paso en la dirección correcta.

El autor es abogado.


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