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Sobre el arte de opinar

El reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia, mediante el cual se exonera al diario La Prensa, tras casi 20 años de litigio ante una demanda civil interpuesta en su contra, a raíz de una publicación realizada por este diario el 30 de agosto de 2005, en la cual se daba a conocer la destitución de una funcionaria por parte del Ministerio Público, sin duda, consolida y protege la libertad de expresión, frente a la eventual incomodidad o disgusto que pueda provocar el escrutinio periodístico de las acciones, omisiones y conductas de las figuras públicas, durante el ejercicio de sus funciones.

La sentencia debe interpretarse, por tanto, como una protección contra la intimidación, la amenaza y el acoso judicial hacia los periodistas, medios y ciudadanos que busquen denunciar los abusos del poder en sus múltiples facetas. No obstante, queda claro, que ello no significa en modo alguno, que los medios de comunicación, periodistas, o quien emita opinión, puedan -o podamos- actuar con impunidad frente al honor de las personas.

Es propicia la ocasión para reflexionar sobre la delgada y delicada línea que separa la verdad de la mentira; sobre todo en los tiempos de postmodernidad que vivimos, afectados por la inmediatez y anonimato de las redes sociales, en cuanto al manejo y difusión de la información a nivel mundial. Ante esta disyuntiva, el desafío es doble para todo aquel que tiene la valentía, el coraje y la responsabilidad de emitir, ante un medio de comunicación, en nuestros días, una opinión con seriedad, firmeza, sin dobleces ni medias tintas.

En primer lugar, es necesario que, quien emite opinión, debe cuidar en extremo el no recurrir al ad populum, que consiste en afirmar que algo es cierto, simplemente porque muchas personas lo aseveran, lo creen o lo repiten; o porque se hizo viral en las redes sociales. El hecho de que una idea o supuesta noticia sea popular, no la convierte en una historia verdadera. En ese sentido, la historia de la humanidad está llena de errores colectivos graves.

Aunque las noticias falsas (fake news) han existido siempre, su velocidad de propagación, es ahora alucinante. Un influencers con miles de seguidores puede viralizar una mentira en segundos. Este es el verdadero peligro del manejo de la información de manera irresponsable como está ocurriendo, lo cual crea en nuestra sociedad, un terrible problema de alienación cultural, que debilita el discernimiento y favorece la manipulación ideológica, entre otros perniciosos efectos colaterales, que una cultura y educación deficientes, profundizan aún más.

Por tanto, al emitir opinión sobre un determinado tema o asunto, se debe procurar contribuir efectivamente, a fomentar la cultura y el pensamiento crítico en quienes reciben el mensaje. Para ello, no basta con investigar y encontrar la fuente. Es necesario entender, comparar y razonar el hecho noticioso antes de estructurar una opinión al respecto. En otras palabras, ante la avalancha de falsedad y manipulación que satura nuestro entorno, de manera brutal y aberrante, resulta imprescindible pensar de manera lógica, imparcial y no emotiva, antes de arriesgarnos a expresar una opinión.

Existen variadas maneras de escribir artículos de opinión. Se pueden utilizar frases o referencias incisivas, crudas, antagónicas o metafóricas. El objetivo es propiciar el enriquecimiento de la discusión sobre el tema propuesto, a fin de lograr en el lector una transformación gradual del pensamiento, haciéndonos merecedores de su respeto. Sobre todo, una opinión tiene que ver esencialmente con la libertad de pensamiento y con la idea que el columnista tenga acerca de la ética. De ningún modo se trata de una libertad ilimitada, y menos aún de una opinión condicionada por intereses personales o de grupos de poder.

Cuando se elige un tema, es porque está de por medio algo que concierne al ser humano en su dimensión social. El columnista de opinión, debe, decir cosas que se puedan considerar lúcidas y coherentes, pero a su vez eminentemente discutibles. No es su misión proponer soluciones. Su función básica es escudriñar la mentira, desencadenar la duda. Sócrates decía que el oficio de un hombre crítico es no dejar dormir a la ciudad.

El mérito del columnista de opinión no radica, por tanto, en repetir que la mentira es el idioma del político, sino en demostrar de manera sosegada, qué se esconde detrás de esa mentira. Hacerlo con argumentos sólidos y, por supuesto, con una pizca de humor y de ingenio, es la mejor contribución que un columnista de opinión puede hacer a la sociedad. Al menos eso es lo que pienso.

El autor es escritor y pintor.


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