Esther Duflo, Premio Nobel de Economía 2019, en sus investigaciones contra la pobreza, apunta a dos pilares fundamentales: salud y nutrición. Sus experimentos sociales son pragmáticos y, como cualquier iniciativa, no está exenta de críticas, aunque no en vano sus esfuerzos merecieron el Premio de La Real Academia Sueca de Ciencias.
Pobreza es aún un sustantivo indomable o mejor dicho incómodo en nuestro país. Escudo de algunos, realidad de muchos; excusa de otros y bandera de campaña política. Sobran discursos sobre el clientelismo, el alivio efímero de cuasi necesidades que en el fragor de emociones infantiles ladea la balanza del voto hacia aquel candidato que las suple.
Cuesta creer la visión tan cortoplacista y mezquina que se ha forjado hoy en la sociedad, donde prevalece el interés inmediato y superfluo por encima de las necesidades colectivas y fundamentales de vida.
La Navidad es una fiesta religiosa donde los creyentes celebran el nacimiento del Mesías, el hijo de Dios. Para el no creyente es una época propicia para compartir y disfrutar en familia.
Empero, un jamón no define, no quita ni añade a esta fiesta su carácter divino o solidario, sea cual fuere la perspectiva. No cabe duda de que un porcentaje de la población no tenga la capacidad económica para adquirir un jamón, pero también es cierto que, de ciertos periodos presidenciales hacia acá, se han acentuado subsidios que quizá no alcancen para costear un jamón, pero acaso, con una buena administración, posibiliten una cena digna.
Esa misma familia que probablemente reciba el ansiado fiambre, más motivo de memes que de nutrición sana, sabe que existen problemas que sobreviven más allá del 25 de diciembre. Ojalá ningún hogar panameño tuviese que afrontar nunca, por parte de alguno de sus miembros, un diagnóstico de cáncer.
Sin embargo, las estadísticas nos señalan que esto está fuera de cualquier posibilidad. Es difícil encontrar una familia que en nuestro país no haya sido tocada, de un modo u otro, por esta enfermedad. Ante esta realidad, creo que cualquiera estaría dispuesto a sacrificar una cena por un pasaje a un hospital, o de sacrificar un almuerzo por un medicamento y más aún si se trata de una dolencia tan delicada como es el cáncer.
Hoy sin embargo, cuando los medios nos cruzan estas dos notas periodísticas donde por un lado se asignan 25 millones de dólares para comprar jamón para Navidad, mientras el Instituto Oncológico Nacional necesita de 8.6 millones de dólares en su flujo de caja, uno realmente se plantea quién estará más equivocado: si las autoridades que pretenden satisfacer el mayor número de personas y soslayar una necesidad urgente o una masa de habitantes que quiere, como decimos comúnmente, tapar el sol con un dedo y recibe de buena gana algo que puede costarle a un miembro de su propia familia la misma vida.
No faltará quien exprese que si no hubiese corrupción probablemente existirían fuentes de ingreso que impedirían sacrificar una cosa por la otra. Es probable que así sea, pero quisiera tener la certeza o mejor dicho la esperanza de vivir en un país donde sus propios habitantes sean capaces de priorizar.
Retomando a Esther Duflo, si no nos planteamos seriamente la salud como un tema imprescindible en la agenda política de todos los gobiernos, nunca lograremos sostenibilidad en nuestro crecimiento ni competitividad como país, seremos como un barco a la deriva, como una estructura sin bases sólidas, una sociedad hueca, frágil, insustancial.
Y si no maduramos como ciudadanos, sabiendo elegir entre lo que realmente nos conviene y lo que no, no estamos en la capacidad de juzgar lo que hagan mal las autoridades, puesto que somos partícipes y propiciadores de muchas de sus equívocas decisiones.
La autora es docente del Centro Regional Universitario de Veraguas, Facultad de Economía, Universidad de Panamá
