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Sociedad en modo piloto automático: mucha información, pocas preguntas

Luego de 30 años de la masificación del internet, la humanidad presencia una nueva revolución: la inteligencia artificial (IA). Más que una herramienta, la IA representa un salto cualitativo en la capacidad de las máquinas para aprender, razonar y resolver problemas que antes eran exclusivos del pensamiento humano.

Como con cada gran avance tecnológico, resurgen las mismas preguntas: ¿Nos hará más dependientes? ¿Podrá reemplazarnos? ¿Qué perderemos y ganaremos como sociedad? Frente a estos cuestionamientos, una verdad resulta evidente: el razonamiento humano es insustituible, como lo demuestra la historia.

Recientes investigaciones científicas revelan cómo la IA afecta nuestro cerebro. Un estudio del MIT Media Lab, publicado en 2025, encontró que usuarios de ChatGPT mostraron menor compromiso neuronal y “consistentemente tuvieron bajo rendimiento a nivel neural, lingüístico y conductual”, comparado con quienes usaron únicamente su cerebro. Los investigadores midieron la actividad cerebral de 54 participantes mediante electroencefalogramas mientras escribían ensayos.

Paralelamente, un estudio de enero de 2025 con 666 participantes reveló “una correlación negativa significativa entre el uso frecuente de herramientas de IA y las habilidades de pensamiento crítico, mediada por el aumento de la descarga cognitiva”. Este fenómeno ocurre cuando delegamos tareas mentales complejas a sistemas externos. La investigación ha identificado la “atrofia cognitiva inducida por chatbots de IA” (AICICA), que describe cómo la dependencia excesiva puede debilitar nuestras capacidades cognitivas naturales.

La avalancha de información que circula cada segundo pone a prueba no solo nuestra capacidad de estar informados, sino también la de interpretar críticamente todo lo que consumimos. En este contexto, la habilidad de distinguir entre información veraz y manipulación, entre conocimiento profundo y datos superficiales, se vuelve esencial. No basta con tener acceso a la información: el verdadero reto está en cómo la comprendemos, cuestionamos y usamos.

Es aquí donde cobran relevancia dos conceptos que destacan la capacidad humana. La alfabetización crítica es la capacidad de leer, escribir y entender información, pero también de cuestionarla, analizar su propósito y descubrir intenciones ocultas. Es leer entre líneas sin caer en sesgos, interpretando la información de manera crítica.

El pensamiento crítico es la habilidad de pensar lógica y reflexivamente, evaluando evidencias antes de aceptar ideas como verdaderas. Implica cuestionar lo que se escucha o lee, identificar prejuicios y tomar decisiones bien fundamentadas. Ambos conceptos son mecanismos relevantes para evitar la información sesgada que se genera diariamente.

Surge una preocupación cada vez más discutida: la manera en que los estudiantes, desde edades tempranas, están interactuando con la IA. Muchos recurren a ella para resolver tareas escolares, obtener respuestas automáticas o escribir textos que deberían construir desde su propia reflexión. Los hallazgos del MIT mostraron que “el grupo que escribió ensayos usando ChatGPT entregó ensayos extremadamente similares que carecían de pensamiento original”, y que, para el tercer ensayo, muchos estudiantes “simplemente dieron la instrucción a ChatGPT y le dejaron casi todo el trabajo”.

Este fenómeno, lejos de ser un simple atajo, puede convertirse en una amenaza directa a la autonomía intelectual. El riesgo de esa dependencia se encuentra en la pérdida del pensamiento crítico que nos hace diferentes, volviéndonos incapaces de generar nuestros propios fundamentos. Hagamos un alto para reflexionar en toda la información que consumimos y pensemos detenidamente si hemos estado utilizando nuestro pensamiento crítico para construir nuestras ideas.

No se trata de rechazar el avance, sino de saber cómo integrarlo de forma consciente y crítica. La IA puede ser una gran aliada en educación, investigación, medicina y negocios. Pero ese potencial solo se realiza plenamente si la sociedad está preparada para interactuar con ella desde el conocimiento, con criterio y autonomía.

Es aquí donde empieza el proceso: educar para aprovechar el potencial de esta herramienta, pero con la debida alfabetización crítica necesaria para identificar las fuentes y los sesgos de toda esa información a la que estamos expuestos. Es un llamado a la sociedad a sospechar con fundamento de cualquier información, para evitar caer en la manipulación. El futuro de nuestra cognición depende de cómo equilibremos la conveniencia tecnológica con el desarrollo de nuestras capacidades humanas más esenciales.

El autor es miembro de Jóvenes Unidos por la Educación.


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