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Spadafora, entre el héroe y el incomprendido

La historia de un país se teje con hilos de heroísmo, intriga y tragedia. En Panamá, pocos nombres resuenan con la fuerza y la controversia de Hugo Spadafora Franco. No fue un político tradicional ni un militar de carrera que buscara el poder por el poder. Fue un médico, un idealista y, para muchos, un Quijote moderno cuya muerte, aún hoy, arroja una sombra indeleble sobre nuestra memoria colectiva. Analizar su figura es adentrarse en las profundidades de la ética periodística, la búsqueda de la verdad y el compromiso cívico.

Spadafora fue, sin duda, un personaje multifacético. Su paso por la guerrilla en Guinea-Bissau junto a Amílcar Cabral; su participación en el sandinismo nicaragüense y su posterior desencanto con la deriva autoritaria de dicho movimiento no son meros datos biográficos: son la hoja de ruta de un hombre que creía en la justicia por encima de las fronteras. Esta coherencia ideológica, aunque a veces ingenua en su idealismo, es lo que lo distingue de muchos de sus contemporáneos. No era un mercenario, sino un combatiente por causas que consideraba justas.

El enfrentamiento con Manuel Antonio Noriega lo catapultó al centro de nuestra narrativa histórica. Spadafora no solo criticó la corrupción y la deriva dictatorial del régimen militar panameño, sino que lo hizo desde una posición de legitimidad moral, habiendo sido parte del proceso revolucionario que había llevado a Noriega al poder. Su voz, por tanto, era difícil de desestimar. Representaba la conciencia crítica, el recordatorio incómodo de los ideales traicionados.

La brutalidad de su asesinato en septiembre de 1985, con la complicidad evidente de las fuerzas de Noriega, no solo fue un crimen horrendo: fue un mensaje. Un mensaje de terror y de impunidad, diseñado para silenciar cualquier atisbo de disidencia. Sin embargo, el efecto fue el opuesto. La desaparición y posterior hallazgo de su cuerpo se convirtieron en el catalizador de una profunda indignación nacional e internacional, alimentando la oposición al régimen y exponiendo su verdadera naturaleza.

Para el estudiante de periodismo, la figura de Spadafora es un espejo. Refleja la obligación ineludible de buscar la verdad, incluso cuando esa verdad es incómoda o peligrosa. Su caso nos enseña la importancia de la persistencia en la investigación, la necesidad de contrastar las versiones oficiales y el valor de dar voz a quienes no la tienen. La forma en que los medios, tanto nacionales como internacionales, cubrieron (o intentaron cubrir) su muerte es un estudio sobre la censura, la autocensura y la lucha por la libertad de prensa en tiempos oscuros.

Hoy, la sombra de Spadafora nos sigue interpelando. Nos obliga a preguntarnos:¿Estamos, como sociedad, comprometidos con la transparencia y la rendición de cuentas?¿Hemos aprendido las lecciones de ese pasado doloroso o aún permitimos que la impunidad erosione nuestras instituciones?

Hugo Spadafora no fue perfecto; es probable que cometiera errores en su apasionada búsqueda de justicia. Su sacrificio nos recuerda que hay batallas que deben librarse, y que la verdad, por más que intenten silenciarla, siempre encontrará un camino para salir a la luz. Su legado no es el de un mártir pasivo, sino el de un incansable promotor de la dignidad humana, cuya memoria nos urge a mantenernos vigilantes y críticos.

El autor estudiante de periodismo en la Universidad de Panamá.


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