La brecha digital, la precariedad docente y la ilusión de que repartir laptops resuelve el problema evidencian que la modernización educativa en Panamá exige más que pantallas: requiere visión, equidad y políticas integrales.
Durante décadas, la escuela panameña se sostuvo sobre la imagen del maestro frente al pizarrón, con la tiza en mano. Hoy, las laptops y plataformas digitales prometen modernización, pero la realidad muestra que el verdadero desafío no está en los dispositivos, sino en la igualdad de oportunidades y la formación docente.
Durante gran parte del siglo XX, la imagen de la escuela panameña fue la del pizarrón verde, la tiza en mano y un maestro dictando la lección. Ese modelo permitió alfabetizar a generaciones enteras, pero también consolidó una educación repetitiva, poco creativa y anclada en la memorización y el verbalismo. Hoy, la promesa de la modernización se expresa en pantallas, laptops y plataformas digitales. Pero la pregunta es inevitable: ¿hemos transitado realmente de la tiza y el tablero a la tecnología o seguimos atrapados en un espejismo?
El acceso a la tecnología está profundamente marcado por la desigualdad social y territorial. Mientras en algunas escuelas urbanas se habla de innovación digital, en comunidades rurales e indígenas los estudiantes siguen caminando kilómetros para encontrar señal. La inequidad educativa del siglo XXI tiene rostro digital: quien carece de conectividad queda condenado a una ciudadanía de segunda clase.
La pandemia reveló con crudeza esta realidad: miles de maestros improvisaron clases virtuales desde sus celulares, pagando de su bolsillo el saldo y aprendiendo sobre la marcha plataformas que nunca habían usado. El Estado suele comprar equipos, pero no invierte lo suficiente en formar a la persona que los hace funcionar: el docente.
Sin un programa serio, permanente y digno de capacitación, la tecnología se convierte en un adorno más que en un recurso pedagógico transformador.
Cada cierto tiempo se anuncian compras masivas de equipos como símbolo de modernización. Pero una computadora sin internet es apenas un objeto, y un laboratorio sin docentes preparados es un elefante blanco. La verdadera transformación no se mide en cajas distribuidas, sino en aprendizajes significativos.
El reto no es técnico, sino político y pedagógico. Modernizar la educación panameña exige más que cambiar pizarras por pantallas: requiere cerrar la brecha digital, garantizar infraestructura básica, dignificar al docente como actor central y desarrollar contenidos propios que reflejen nuestra identidad nacional.
“La tecnología, bien usada, puede ser una palanca de inclusión y creatividad; mal usada, un mecanismo de exclusión.”
La tecnología debe ser la herramienta que permita construir una escuela inclusiva, innovadora y humanista, capaz de formar ciudadanos críticos y creativos. Si Panamá quiere avanzar, el país no puede conformarse con la apariencia de modernidad; debe invertir en lo esencial: equidad, capacitación y visión educativa. Solo así, la transición de la tiza y el tablero a la tecnología se convertirá en una verdadera revolución pedagógica.
El autor es cientista social e investigador.
