CONVIVENCIA

¿Para quién toca la Sinfónica?

¿Para quién toca la Sinfónica?
¿Para quién toca la Sinfónica

Acudí como todos los años a escuchar música navideña, soy fanático de la Sinfónica Nacional de Panamá y el coro, que magistralmente dirige mi amigo y exinstitutor Jorge Ledezma Bradley, como es habitual, lo organizado por el Club Kiwanis resulta incómodo. La mitad de las bancas de la iglesia donde se dio el concierto estaban reservadas para ellos, y si uno se sienta allí, te invitan a abandonarla como si hubieras pecado.

Al sentarme bien atrás, esperando la entrada de mi esposa y mi nieta, comentaba con una pareja, sentada un poco más atrás, el abuso de los Kiwanis en hacerse propietarios de la función. Quizás tengan razón, ellos la organizan, pero si tanto quieren complacer a sus socios, parientes y amistades, deberían hacer una cariñosa donación a la Sinfónica Nacional, pagan un salón con buena acústica, y no se aprovechan de la iglesia para hacer su espectáculo gratis, y escuchan todos muy alegremente la música que tantos autores inventaron para nuestro entretenimiento musical en Navidad.

Y por favor, que no se repita lo que vergonzosamente pasó, propiciado por ellos. Al escucharme hacer una crítica a su proceder, llegó un sujeto de cabellos blancos como el mío, con ímpetu hitleriano y me preguntó si yo había pagado por estar allí, al responderle que no, me invitó a salir de la iglesia y como me negué rotundamente, me amenazó. Llamó a otros socios Kiwanis y les dijo que me sacaran de la iglesia, y que llamaran al seguridad y que yo tendría que salir de todas maneras, porque él era el organizador y yo no tenía derecho a decir nada.

Uno de ellos como si fuera un mandadero me pidió salir y me hacía movimientos con la mano, “ven conmigo, cuéntame lo tuyo afuera”, como si con quien hablara fuera un perro.

Cuan fuera de la realidad estuvieron estos señores del Club Kiwanis, aunque tengo por lo menos un amigo allí. Por mis respuestas, que no fueron vulgares ni ofensivas como las de ellos, pero si en forma contundente, el asunto se puso al rojo vivo, por fortuna un ángel bajó del cielo, cuando una miembro del coro me vio y me abrazó, en el momento en que estos señores ya estaban a punto de rabiar y sacarme a empujones. Qué impotente me sentí, lo único que se me ocurrió y les dije: “soy católico, apostólico, romano y tengo derecho a estar aquí”. El hombre que se titulaba el organizador me contestó que yo estaba equivocado, que el evento no era de la iglesia, sino de los Kiwanis. Y a mí me trata de usted, no de tú. Estaba montado en cólera y en ira a morir.

Le pido a monseñor Ulloa que no preste ninguna iglesia para que un club como los Kiwanis organice para su propio prestigio y propaganda actividades en las que ellos parecen ser los únicos invitados. Vergüenza debiera darles ver a tanta gente de pie y haciendo fila por boletos, cuando los mejores puestos los guardan para sí.

Monseñor, quien escribe se crió muchos años con sacerdotes CMF y mi honrado prestigio nace de allí y de mi madre q.e.p.d. y no son los Kiwanis los llamados a decidir, para quién toca la sinfónica.

El autor es ciudadano


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