Para Anne Applebaum, el autoritarismo es el atractivo seductor en el crepúsculo de la democracia; para Ryszard Legutko, el totalitarismo es una tentación en las sociedades libres, el demonio en la democracia.
Es fácil, basta con destruir los valores de la sociedad para acariciar el totalitarismo y recurrir a los errores de los sistemas democráticos antepasados para mentir con una promesa de grandeza. No ocurrirá, no cuánto importa se repita y se pasee el slogan dentro y fuera de sus fronteras, porque frente a la persecución de la disidencia y del disidente, no cabe la sumisión, y la mordaza para obligar al silencio -contrario a la naturaleza de la libertad- se desata tarde o temprano.
Se comienza mintiendo una y otra vez, repitiendo las mentiras hasta que el cansancio o la complicidad resuelven aliviarse diciendo entre ellos primero, y luego sin vergüenza al resto de las gentes: “esa es su forma de ser”, “así negocia, así lo quieren y por eso lo escogieron las mayorías”. Y, entonces, no sabes cuál es la verdad, cuál es mentira. Ya está polarizada la sociedad. Ahora hay que crear desconfianza en los hombres y en las instituciones, de tal forma que es propicio el momento para acoger al que ejecuta, al que tiene el coraje y la fuerza, al que manda y sabe mandar, al que temen, al que tiene las hormonas.
Luego, se toma el sistema judicial. Serán jueces por su lealtad y su poco o ningún orgullo por el trabajo para impartir justicia, saben obedecer. La procuraduría, no otra cosa que la fiscalía que encarcela y deporta al opositor, al tiempo que representa y protege al fastidioso y déspota dictadorzuelo. Los jueces son destituidos y reemplazados por aliados ideológicos o políticos, que mienten por instrucción y por descaro, para ser confirmados, algo que no necesitarían hacer, para parecer honorables, donde tienen mayoría para aplaudir y para aprobar. Lo próximo es la toma de las instituciones que harán valer los decretos o los desafueros, ni siquiera para legalizarlos, mucho menos para legitimarlos, sino para impartir lecciones con sangre y aterrorizar, como si no fuera suficiente haber creado batallones de cobardes lanzados a las calles para destruir propiedades, carnes y cráneos, en nombre de la dignidad.
Aparecen más tarde acompañados con los himnos marciales y bien armados, la fuerza policial, las tropas especiales para controlar las masas y los militares, entrenados para matar. Ahora hace faltan cárceles para amedrentar, rodeadas de tiburones blancos, lagartos hambrientos y un auditorio circense. Se las construye con pisos fríos y retiros comunes a la vista. No importa invadir los mares y sus playas, o se levantan en las calientes arenas del desierto, ya que no se goza de aquellas solitarias estepas congeladas que tanto añora como sueña, útero de su grandeza. Se siembra el terror y la arrogancia, burla. Se le amenaza a ciudadanos de otras lenguas y costumbres, contra su libertad de expresión y pensamiento, contra lo totalitario del régimen, ya los suyos, con desnudarlos de su nacionalidad y sus familias, hurtarles sus bienes y sus movimientos. Ahora quedan todos los que piensan igual, homogeneizados por el silencio.
Los civiles y los generales no lucen criterio sino obediencia, son peones en la tabla del ajedrez que se juega por el jaque mate a la democracia, la implantación de un totalitarismo al mejor estilo de Stalin y Kim Jong-un, a los asesinatos de Putin, a la demencia de Hitler, al desabrigo criminal de Mao. Se ha dicho que los dictadores no leen, pero sí les leemos. Seguro conocen sobre el asesinato convertido en perfume, el frío de las largas caminatas, la celda para desangrarse o asfixiarse en el Ártico siberiano o en el trópico sin salvador; la discriminación y el odio, como arquitectos de los campos de exterminio; el hambre como arma de destrucción masiva; los desplantes de conquistador de islas, océanos, países, soberanías y el alma humana, la enfermedad mental de la codicia y el narcicismo. Y sigue la cacería.
Podemos ir a algo más horrible, como es la opción de ideas diabólicas y medidas de dominio sobre la libertad y justicia con los niños, para implantar y sostener los totalitarismos. Lo hicieron los regímenes totalitarios de la culta Europa para adoctrinar la niñez, crear lealtad a la doctrina y al déspota o al estado, agrandar sus ejércitos. Así, para adoctrinar el nacionalismo y politizar la juventud, el fascismo italiano impulsó la Balilla, el estalinismo soviético, el Komsomol, el nazismo, la Juventud Hitleriana, la colección de ADN en los niños migrantes en los Estados Unidos, para crear una base de datos de criminales, a todas luces ilegal, inmoral y sin ética, “problemático pero predecible”, como lo califica James W. Hazel. Como concluye Ryszard Legutko, el hombre moderno debe reconocer quién es, cómo vivir en armonía con su naturaleza y, solo así, dejará de indicarse que el mundo ha llegado a su fin.
El autor es médico.

