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Trump y las alcantarillas de Colón

El 20 de mayo, La Prensa nos saludó con el siguiente titular en su página 3B: “Embajador Cabrera y Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos inspeccionan drenaje urbano en Colón”.

La noticia afirmó que “el embajador de Estados Unidos en Panamá, Kevin Marino Cabrera, realizó una visita oficial a la ciudad de Colón, donde acompañó al Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense en una inspección técnica relacionada con proyectos de mejora en los sistemas de drenaje y alcantarillado de la ciudad”. En adición, el diplomático lanzó la siguiente declaración: “Trabajando con la ciudad para mejorar los sistemas de drenaje y alcantarillado. Así es el liderazgo de Estados Unidos bajo la presidencia de Trump”.

Agrega el reportaje que esa “visita” del embajador Cabrera podría abrir nuevas vías de cooperación entre Panamá y Estados Unidos “para atender uno de los puntos más críticos en la infraestructura urbana de Colón”. ¿En serio nos sentimos tan disminuidos como para creer eso?

Entiendo el evento como una desafortunada injerencia que, a pesar de que nuestras autoridades públicas no aparentan haber sentido escozor, lesiona nuestra dignidad nacional. ¡El Ejército de Estados Unidos arreglando las alcantarillas de la ciudad de Colón! Veo esto, y otras señales, como la antesala de un nuevo e indeseable escenario en el país.

Las representaciones diplomáticas no funcionan así, a menos que el país anfitrión se lo permita. En nuestro caso, es imperativo comprender que, por su trascendencia, una legación como la de Estados Unidos actúa conforme a una agenda que debe cumplir con pleno convencimiento. Y dicha legación posee mecanismos poderosos con los cuales ha intentado comprometer la soberanía y la reputación del país, mancillando así nuestro orgullo nacional. Semejante empeño solo puede conducir a la erosión de la confianza mutua y a la desestabilización política y social del Estado.

La diplomacia internacional es la madre del mantenimiento de la paz y la seguridad en el mundo, y en ella nos hemos asentado para llegar hasta donde estamos hoy. Es nuestro el derecho exclusivo al ejercicio inalienable de la soberanía sobre el territorio, la población, los activos y bienes, y no necesitamos que ello sea reconocido por particulares: ya lo está a nivel mundial. Por otro lado, la dignidad de nuestra nación se sustenta en principios y acepciones jurídicas esenciales del Derecho Internacional, así como también en las luchas que costaron vidas humanas y en las acciones patrióticas de estadistas que pasaron a la historia. Nuestra evolución no ha sido gratis; y tal vez ahora sería bueno rememorar que lo que tenemos aún son cuentas por cobrar.

En medio de todo, llevamos en el alma episodios honrosos que, como el del 9 de enero de 1964, arraigaron en los panameños el espíritu nacional. Traigo tres:

  • Los sonados enfrentamientos de los estadistas Belisario Porras, Ramón M. Valdés, Ciro Urriola, Pedro Díaz y Ernesto T. Lefevre con el entonces embajador William J. Price, durante los primeros años de la República.

  • La carta de 1961 dirigida por nuestro presidente Roberto F. Chiari al presidente John F. Kennedy, manifestando que no cabía “en la mentalidad del hombre de esta segunda mitad del siglo XX, la tesis de que un Estado, por fuerte que sea, pueda ejercer derechos soberanos sobre ninguna parte del territorio de otro Estado, por pequeño y débil que éste sea”.

  • El evento oficial en el que, al inicio de 1990, presencié al canciller Dr. Julio Ernesto Linares —en plena ocupación— denegándole una cita, por falta de debido respeto en sus actuaciones, al embajador de Estados Unidos.

Los reproches que llevamos por dentro, por las ofensas que lastimaron el honor nacional durante casi dos siglos, no deben desdibujar los beneficios que obtuvimos de esa relación con los Estados Unidos. Siempre lo hemos sostenido, y durante los 35 años transcurridos desde que dicho país puso fin a su nexo con la dictadura militar, nuestras relaciones fueron llevaderas y, por momentos, efectivas.

Lamentablemente, con la entrada de su nueva y turbulenta administración, se han abierto grietas que nos encaminan hacia un renovado y aplastante intervencionismo. El asunto no es tan inocuo como algunos piensan; en realidad, es tremendamente riesgoso.

Concluyo ofreciendo este argumento, no por hipersensibilidad diplomática, sino porque siento que estamos atentando contra nuestra noción de país, y porque acciones y actitudes irreflexivas pueden llevar a que se rocen impunemente la jurisdicción nacional y nuestro sentimiento patrio.

El autor fue embajador de Panamá ante Naciones Unidas.


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