Una pareja que hacía el supermercado llevaba en el carrito de compras a su pequeño niño. El niño iba con un celular y estaba bastante entretenido. Seguramente era la estrategia de la pareja para que su hijo los dejara hacer el supermercado; parecía que resultaba. La misma escena la he visto en otros escenarios. Es evidente que el celular se ha convertido en la forma más efectiva de mantener a un niño tranquilo para que los adultos puedan realizar sus tareas.
No quiero escribir un artículo sobre los efectos dañinos de los dispositivos electrónicos en los niños. No quiero escribir nada que me ponga del lado del villano que está en contra de la tecnología. Además, pese a que tengo los argumentos científicos para persuadir a una familia de que un celular no es mejor que un libro o un juguete, llevaré todas las de perder en un mundo que está dominado por lo digital.
Tristemente delegamos al celular algo hermoso de la naturaleza humana. El primer contacto que tiene un bebé con el mundo no es la pantalla de un celular sino la voz de su madre que se convierte en el primer vínculo sonoro que un bebé reconoce y atesora. Esa voz, cálida y próxima es un bálsamo que abre las puertas a un fascinante mundo de ritmos, emociones desde las palabras. Creo que la imagen: “dar a luz”, es un universo de luz real y primordial donde se siembra el amor por las palabras.
Sin conocerlas aún, sin saber para qué sirven esas pequeñas cosas que se pegan como mariposas en unos objetos raros llamados libros, donde caminan como bichitos haciendo caminos y formas que mamá y papá parecen descifrar y les sacan ruidos y muecas graciosas que a veces inician con un "Había una vez“, sin saber aún su magia y su poder, el niño se acurruca escuchando su música y descubre, de esta forma, la imaginación, el amor y la ternura de las palabras.
La lectura en la primera infancia no es solo un acto de entretenimiento; es una práctica afectiva y cognitiva que deja huellas imborrables en el desarrollo integral del niño. A través de la orientación familiar, se crea un ambiente cálido y afectuoso donde la lectura se convierte en una experiencia placentera y un regalo para toda la vida.
Cuando una madre lee o canta a su bebé, ya sea dentro del vientre o en sus brazos, está creando un espacio íntimo de seguridad y conexión emocional. Este momento de cercanía física y apasionada fortalece los lazos entre ambos y asocia la lectura con el afecto y la protección.
Desde los gorjeos y balbuceos hasta las primeras palabras, la exposición constante a la voz materna a través de rimas, cuentos y canciones estimula las áreas del cerebro relacionadas con el lenguaje. Los bebés aprenden a reconocer sonidos, entonaciones y estructuras lingüísticas, sentando las bases para una comunicación efectiva y un futuro dominio de la lengua oral y escrita.
Al tener acceso a libros desde los primeros meses los bebés comienzan a familiarizarse con el objeto libro como un juguete más, algo cercano y manipulable, pero sano. Esto permite que la lectura se integre de manera natural en su vida, promoviendo una apropiación temprana de la cultura escrita como algo funcional y disfrutable.
Los cuentos sanan, enseñan y conectan a los niños con el mundo. A través de las historias, los niños aprenden valores, comprenden emociones, desarrollan empatía y se preparan para entender la complejidad de la vida. La lectura compartida fomenta la capacidad de escuchar, imaginar y reflexionar, habilidades esenciales para la convivencia y el aprendizaje escolar.
Leer a un niño desde la primera infancia es mucho más que un acto educativo; es un gesto de amor que siembra confianza, curiosidad y alegría. La lectura, entonces, se convierte en un puente entre el corazón de la madre y el futuro de su hijo. Pero la lectura como un instrumento especial, como refugio o como fuente de disfrute tampoco nace por combustión espontánea.
Es por eso que desde las instituciones y programas sociales destinados a la primera infancia se debe añadir el libro infantil como una fórmula de leche que alimenta su crecimiento espiritual. Qué bueno sería ver un libro en esa canastilla que llevamos al hospital. Qué beneficioso sería que cada centro infantil tuviese una “bebeteca” o que en los centros de salud a las madres les obsequiaran libros junto con la receta o que hubiese una sala de lectura en cada preescolar.
Cada vez que afirmo que la frase “los niños primero” es una mentira en este país, solo intento decir que para que los niños sean realmente los primeros no solo hay que darles ropa, pan o zapatos, el derecho a la metáfora, a la imaginación y el aprendizaje desde los libros es parte de un camino seguro de amor y ternura. Y no me refiero a libros de texto, sino a un acervo especial de cuentos y poesía que enriquezca su mundo real, algo que no hará una tablet o un celular.
El autor es escritor.

