Durante décadas, Panamá ha sostenido su crecimiento económico en sectores que, aunque sólidos, la han dejado en una situación de alta vulnerabilidad. La logística, los servicios financieros, la agroindustria y la construcción han sido responsables de buena parte del dinamismo del país, pero al mismo tiempo lo han atado a ciclos externos, mercados impredecibles y modelos productivos con bajo contenido tecnológico. La economía nacional ha funcionado, sí, pero siempre al ritmo que marcan otros.
Ese modelo empieza a agotarse. Y es precisamente en este momento, en medio de un mundo en plena transición tecnológica, cuando Panamá ha decidido tomar un nuevo rumbo. Lo está haciendo a través de la Estrategia Nacional de Semiconductores y Microelectrónica, una iniciativa que busca transformar la estructura económica desde la raíz. No se trata de reemplazar lo que funciona, sino de elevarlo; de evolucionar hacia una economía basada en el conocimiento, con empleos de alta calidad, innovación, investigación y una mayor capacidad para resistir choques globales.
Basta observar el escenario internacional para entender el tamaño del desafío. En 2025, la empresa más valiosa del mundo no es una petrolera ni un gigante bancario, sino NVIDIA, una compañía que fabrica microchips. Su ascenso no es casual: refleja el peso de las tecnologías que sostienen la inteligencia artificial, los sistemas autónomos, la computación de alto rendimiento y las redes globales. El centro de gravedad de la economía mundial ya se ha desplazado hacia quienes dominan estas tecnologías. Panamá no puede quedarse al margen.
Y no lo está haciendo. En menos de dos años, el país ha avanzado con pasos firmes. El presidente José Raúl Mulino anunció una inversión de 105 millones de dólares para los próximos cinco años. Se creó el cargo de Comisionado Nacional de Semiconductores, se puso en marcha el Centro de Tecnologías Avanzadas en Semiconductores y se firmaron alianzas estratégicas con universidades líderes como Arizona State y Purdue. Además, Panamá ha participado en ferias internacionales, desarrollado programas de formación técnica y diseñado planes específicos para atraer inversión extranjera directa.
Todo esto demuestra algo que pocas veces ocurre en América Latina. Esta estrategia no es una moda ni un anuncio vacío: tiene estructura, liderazgo técnico y, sobre todo, visión de país. Lo más valioso es que no busca sustituir a los sectores tradicionales, sino construir sobre ellos. Un Panamá que desarrolla capacidades en microelectrónica será también un Panamá capaz de impulsar una logística más inteligente, una agricultura más precisa y una construcción más sostenible. Aquí no hay ruptura, hay evolución.
El momento es decisivo. Mantenernos anclados a modelos de bajo valor agregado implica aceptar un futuro limitado. Avanzar hacia los semiconductores abre la puerta a una economía más sofisticada, con más empleo calificado, mejor posicionamiento internacional y la posibilidad real de competir con inteligencia.
Por supuesto, los desafíos no son menores. Debemos formar talento, crear infraestructura adecuada, actualizar marcos regulatorios, fortalecer la protección de datos, acelerar la inversión en investigación y consolidar alianzas tecnológicas. Pero, a diferencia de otras apuestas del pasado, esta vez partimos con una base institucional sólida, una hoja de ruta clara y el respaldo de actores internacionales que confían en la capacidad transformadora de Panamá.
Hoy el mundo premia a quienes diseñan, fabrican y dominan la tecnología. No basta con ser un país de paso: necesitamos ser un país que genera, agrega valor y compite en la primera línea del desarrollo global.
La Estrategia Nacional de Semiconductores no es solo un proyecto sectorial: es una oportunidad histórica para redefinir el destino económico del país. No mirar hacia atrás será tan importante como caminar con paso firme. Porque el futuro no llega por accidente: se construye con inteligencia, con un plan bien definido y con visión compartida.
La estrategia presenta grandes retos, pero también una hoja de ruta clara para transformar la matriz productiva de Panamá. Y ese plan ya está en marcha.
El autor es asesor en políticas de innovación de la Senacyt.
