¿Un mal momento o un trastorno de salud mental?

¿Un mal momento o un trastorno de salud mental?
La salud mental es un estado de bienestar emocional, psicológico y social que permite a una persona afrontar el estrés de la vida, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad. Foto/Pixabay

Cuántas veces hemos observado conductas en otras personas que nos causan curiosidad y pensamos: ¿qué les pasa? Detectar afectaciones a la salud mental requiere distinguir entre reacciones humanas esperadas y condiciones que ameritan ir a ver a un profesional.

Un “mal momento” —la tristeza por perder un empleo, el estrés ante un examen o una discusión con un amigo— suele ser una respuesta temporal que no impide nuestro funcionamiento en el día a día y que mejora con el apoyo de familiares o amigos, además de aprender a solucionarlo o manejarlo. En cambio, un trastorno de salud mental implica un patrón persistente de síntomas que altera lo que pensamos, cómo nos sentimos y nuestra conducta en áreas como las relaciones, la escuela o el trabajo.

Las afecciones emocionales se manifiestan en distintos planos. En el ámbito emocional aparecen tristeza sostenida, desesperanza, culpa excesiva o cambios bruscos del estado de ánimo. En lo cognitivo, se presentan problemas de concentración, pensamientos confusos y repetitivos o preocupaciones constantes. A nivel conductual, pueden observarse distanciamiento de amigos y familia, abandono de actividades, disminución del rendimiento, conductas impulsivas o abuso de sustancias. Finalmente, la expresión fisiológica incluye insomnio, sueño excesivo, fatiga persistente, dolores inexplicables o alteraciones del apetito. Los cuadros más severos pueden incluir pérdida de contacto con la realidad, alucinaciones o ideación suicida.

La diferencia práctica entre un mal momento y un trastorno de salud mental se sostiene en cuatro dimensiones: síntomas, duración, intensidad e impacto en la vida diaria.

Los síntomas son cambios en las personas que muchas veces nos llaman la atención y nos indican la posible presencia de un malestar o enfermedad. Para saber si existe un trastorno de salud mental, deben presentarse un número mínimo de síntomas. Por ejemplo, el trastorno depresivo mayor requiere al menos cinco de nueve síntomas durante un período mínimo de dos semanas, y estos deben afectar la capacidad de funcionar. Para diagnosticar el trastorno de ansiedad generalizada, se deben presentar tres (en adultos) de seis síntomas principales (en niños suele requerirse uno), durante al menos seis meses, con afectaciones al funcionamiento.

La duración de los síntomas es un criterio clave. Las reacciones comunes que nos ayudan a lidiar con experiencias difíciles suelen resolverse en días o pocas semanas; si los síntomas persisten más de dos a cuatro semanas sin mejoría, aumenta la probabilidad de que se trate de algo más que una reacción a un mal momento. Esta regla no es absoluta, pero resulta útil para decidir cuándo solicitar una evaluación profesional. Preguntar “¿Cuánto tiempo llevas sintiéndote así?” orienta sobre la evolución de la situación.

La intensidad determina la prioridad de intervención. Los síntomas leves pueden manejarse con apoyo y estrategias de autocuidado; los síntomas de intensidad moderada a grave —por ejemplo, ataques de pánico recurrentes, incapacidad para concentrarse o pensamientos de muerte— demandan atención especializada y medidas de seguridad inmediatas si existe riesgo. Preguntas abiertas como “Descríbeme qué sientes” ayudan a entender la gravedad y a decidir si la respuesta debe ser de apoyo, terapéutica o de emergencia.

El impacto en la capacidad de funcionar es quizás el indicador más práctico. Si una persona deja de cumplir sus responsabilidades, no puede mantener higiene o alimentación adecuadas, pierde interés por actividades significativas o su rendimiento escolar o laboral decae, es momento de considerar buscar ayuda profesional. Preguntas concretas —“¿Cómo es tu día a día? ¿Puedes estudiar, trabajar y descansar como antes?”— facilitan la evaluación del deterioro funcional.

Si pensamos que hay afectaciones emocionales, debemos responder con empatía. Escuchar activamente para entender, validar el malestar y evitar comentarios que minimicen la experiencia (“pon de tu parte”) genera confianza y aumenta la probabilidad de que la persona acceda a buscar ayuda.

Recuerda: si notas algo en un ser querido o compañero de trabajo que te llama la atención, evita criticar y acércate para entender si necesita tu apoyo. Puede que esté pasando por un mal momento o quizá tenga una afectación emocional que requiera ayuda profesional. La detección temprana y la intervención oportuna reducen la probabilidad de que se convierta en algo crónico, alivian el sufrimiento, mejoran la capacidad para funcionar y hasta pueden salvar vidas. Tú puedes ser la diferencia.

La autora es psicóloga.


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