Recientemente, las redes sociales y las pautas publicitarias del gobierno han estado llenas de la siguiente premisa: “Un país que avanza no se cierra”. Sin embargo, el país, en vez de avanzar, está retrocediendo. Comenzando por la regresión en la identidad nacional y la soberanía. Después de 25 años de gozar de una soberanía plena —gracias a la aplicación de los Tratados Torrijos-Carter, mediante los cuales Panamá comenzó a administrar el Canal y se retiraron todas las tropas estadounidenses del suelo istmeño—, el gobierno actual, de manera poco transparente y sin consultas, firmó memorandos de entendimiento con Estados Unidos, cediendo terrenos panameños para la instalación de su ejército. Lo más grave es que el gobierno se comprometió a que cualquier actividad que Panamá quiera realizar en esos terrenos debe contar con la autorización del gobierno estadounidense, como si fueran ellos los dueños y señores de ese territorio. ¿A esto llaman “un país que avanza”? ¿Qué dirían hoy Ascanio Arosemena, Gonzalo Crance, Rosa Landecho, Maritza Alabarca o incluso el propio Omar Torrijos, ante el actuar de la Cancillería y del gobierno actual? Lo que nos costó años de negociaciones, diplomacia, lucha y mártires que ofrendaron su sangre por la soberanía de Panamá hoy se ve deteriorado por las pésimas decisiones del gobierno, que están llevando al país a un retroceso peligroso.
Vivimos momentos muy tensos, que recuerdan las últimas dos huelgas nacionales. Poco a poco, más personas se suman a las manifestaciones en las calles, mientras el gobierno insiste únicamente en su retórica de que “un país que avanza no se cierra”. ¿Pero cómo se puede hablar de avance cuando tantas escuelas están en el olvido? ¿Cómo invitar a los niños a ir a clases cuando aún existen escuelas rancho en “el país de los millones”? ¿Cómo afirmar que Panamá avanza hacia el progreso cuando hay niños que desaparecen al intentar cruzar ríos crecidos por la falta de carreteras y puentes, arriesgando sus vidas entre alambres?
Un país que avanza debería garantizar agua potable para todos sus ciudadanos, pero cada vez son más las barriadas en plena ciudad capital que protestan por la falta del servicio. ¿Cómo llamarnos un país que avanza si la forma de distribuir el agua es a través de camiones cisterna, encubriendo un negociado entre allegados al poder?
Un país que avanza cuida a su niñez, pero en Panamá cada mes aumentan las cifras de niños desaparecidos, y lo más doloroso es que no pasa nada. La lista crece y la alerta Amber parece ser solo una notificación sin consecuencias.
En un país que avanza, la institucionalidad es un pilar. Sin embargo, vemos a un presidente que busca actuar y tomar decisiones importantes sin pasar por la Asamblea, intentando gobernar por decreto. Temas tan sensibles como la minería ya se ven opacados por pronunciamientos que reflejan un irrespeto a las instituciones democráticas.
Un país que avanza combate la corrupción, pero en Panamá parecería que gobernar es sinónimo de usar la corrupción como estandarte. En lugar de castigarla, se premia: basta ver a condenados confesos ocupando curules en el Parlacen. Se vive bajo la ideología del “¿qué hay pa’ mí?”, una mentalidad estéril que roba oportunidades y una vida mejor al pueblo.
Bien lo dijo el querido papa Francisco durante su visita a Panamá para la JMJ: “El servicio público es sinónimo de honestidad y justicia, y antónimo de cualquier acto de corrupción”. Tal vez más que izar la bandera a media asta en su honor, deberíamos tomar sus palabras y ponerlas en práctica. Nos invitaba a tener “la osadía de construir una política auténticamente humana, que ponga a la persona en el centro como corazón de todo; lo cual impulsa a crear una cultura de mayor transparencia entre los gobiernos, el sector privado y la población toda”.
El autor es trabajador independiente.
