Todo es político: desde lo que consumimos y vestimos hasta lo que estudiamos para dedicarnos a trabajar y formar una vida dentro de las fronteras de un país. La política se encuentra en cada minúsculo espacio de la sociedad y, aun cuando no sea un tema de interés para algunos, termina afectando todo lo que hagan. Es por ello que las elecciones que hagamos como votantes no solo se verán reflejadas en el presente, sino también en el futuro inmediato de los jóvenes que comienzan una vida universitaria o laboral, y de aquellos que todavía no han decidido a qué se dedicarán.
En estos momentos, no hay nada más pragmático que trabajar por el fin último de reorientar las riendas de nuestra sociedad y de nuestra patria. Pero esa labor debe ser realizada principalmente por la ciudadanía, porque solo un tonto confiaría implícitamente en el Estado, especialmente cuando la institucionalidad de nuestra democracia está fundamentalmente rota y la confianza en el gobierno, la justicia y la Asamblea no deja de caer.
Sin embargo, ¿por qué debería importarnos el fenómeno migratorio de la juventud? Las razones son múltiples, pero enfoquémonos en estas tres: fuerza laboral, futuro liderazgo y el escape de ideas e innovación.
La migración de la juventud no representa únicamente una pérdida para sus familias: la pierde toda la sociedad. La fuerza laboral de un país se basa en el relevo generacional de una mano de obra capacitada y con las energías suficientes para mantener la productividad de los sectores en los que estén empleados. No obstante, el estancamiento de ese relevo en nuestro país ha contribuido a la migración de jóvenes que, aunque en menor número que en naciones más grandes, representan pérdidas significativas para la sociedad panameña. Ya sea que se vayan del país a estudiar y no regresen por la falta de oportunidades, o que hayan estudiado en Panamá pero se hayan visto obligados a marcharse, el resultado es el mismo: una fuga de talento que nos afecta a todos.
En segundo lugar, el futuro liderazgo del país se ve comprometido cuando su talento joven emigra, por la razón que sea. En política no hay sillas vacías, y en la ausencia de buenos líderes y políticos, aquellos que constantemente han desangrado las venas de la República encontrarán el camino hacia esos asientos. Ignorar la partida de los jóvenes que pueden cambiar el país es resignarse voluntariamente a un futuro empobrecedor. Ciertamente, existe una relación estrecha entre la falta de oportunidades y la creación constante de necesidades sin proponer soluciones, factores que se convierten en un círculo vicioso del cual, para muchos, parece que la única forma de escapar es cruzando las fronteras físicas de Panamá.
Por otro lado, un país competitivo necesita constante innovación, ideas y personas que lo conviertan en un lugar atractivo para inversores extranjeros y el crecimiento económico. Gran parte de los jóvenes que migran a estudiar y no regresan al país podrían haber sido agentes transformadores: personas que, con sus nuevas ideas, habilidades profesionales y preparación académica, hubiesen contribuido al dinamismo económico y tecnológico de Panamá. Las fuerzas políticas que se han ensañado con frenar el crecimiento y el desarrollo equitativo en el país acabarán por repeler todo emprendimiento o inversión que busque hacer de Panamá una nación más próspera, porque para alcanzar ese objetivo, tanto la justicia como la política tendrían que reformarse para bien.
Sí, la palabra reforma suena controversial para los gobernantes mientras no sean ellos quienes la utilicen. Pero la migración de la juventud también es la migración de un pedazo del futuro del país, y por eso debemos prestarle mayor atención. He escuchado a muchos jóvenes decir que no quieren abandonar Panamá, pero sienten que Panamá ya los ha abandonado a ellos. Es decir, el reto no es convencerlos de quedarse, sino darles razones para no querer irse.
Mejores oportunidades de estudio que vayan de la mano con planes de formación que incluyan habilidades transferibles al mundo laboral real; mejor conciencia política para fortalecer nuestra democracia e instituciones; y fomentar una cultura de pertenencia y propósito que involucre a los jóvenes en la toma de decisiones. Esos pueden ser los tres primeros pasos con los que podríamos, como sociedad, comenzar a construir un Panamá mucho mejor.
El autor es internacionalista.

