Lo ocurrido en la Asamblea Nacional durante la elección de la nueva junta directiva solo confirma que seguimos presenciando las mismas prácticas de siempre, donde el conocido “matraqueo” y la compra de conciencias —el infame “maletinazo”— siguen presentes.
La palabra empeñada no tiene garantía en la Asamblea: un diputado puede jurar su voto por la mañana y dar la espalda por la tarde, como en efecto ocurrió con algunos.
La desesperación visible de la aspirante a la presidencia de la Asamblea, Shirley Castañedas, en busca de votos, y su viaje al poder, demuestran que había algo muy sensible tras bastidores en este juego de poder. No sorprende que, desde Colombia, el expresidente Ricardo Martinelli estuviera muy pendiente del resultado.
El “voto unificado” de la bancada Vamos mostró que aprendieron la lección tras la aprobación del proyecto de ley sobre la Caja de Seguro Social, conocida como Ley 462, donde salieron “mal parados” por la censura recibida en redes sociales por parte de amplios sectores de la sociedad.
En realidad, el voto de Vamos no fue un acto de madurez, como algunos quieren presentar, sino una jugada de sobrevivencia tras la fuga de dos diputados atraídos por ofertas del Ejecutivo o de la llamada bancada mixta. Esta coalición aprendió que no se puede votar a la libre y que, dentro de la Asamblea, la votación por consenso resulta más efectiva como estrategia.
Todos los llamados opositores se unieron contra la propuesta del Ejecutivo, representado por Shirley Castañedas. A diferencia de ellos, la bancada del PRD volvió a quedar mal parada por su doble discurso: por un lado, se proclaman opositores al Ejecutivo, pero por otro, le dan su voto a la candidata oficialista.
El apoyo del PRD a Castañedas evidencia, una vez más, el oportunismo y el juega vivo de los partidos tradicionales, que no responden a principios, sino a agendas propias.
La “mano que mece la cuna” desde el Palacio de Las Garzas sigue moviendo los hilos dentro de la Asamblea, como se notó en las demoras sospechosas durante la votación y el visible gesto de desagrado del presidente José Raúl Mulino al llegar al pleno.
La sombra de la Ley 462 se convirtió en una especie de peste de la que muchos diputados quisieron sacudirse, y también en un instrumento de acusación contra los llamados independientes de MOCA y Vamos. Estos buscaron una salida alternativa, respaldando una figura no alineada con el Órgano Ejecutivo, como finalmente ocurrió.
El discurso “rencoroso” del diputado Benicio Robinson contra los independientes puede interpretarse como el temor de que partidos tradicionales como el PRD sean desplazados por nuevas fuerzas emergentes, que podrían convertirse en mayoría en próximas elecciones. Sin embargo, el ADN del clientelismo y del “¿qué hay pa’ mí?” sigue impregnando a los partidos tradicionales, por más “opositores” que se proclamen.
El autor es sociólogo y docente.

