La tormenta desatada por la demolición del monumento a la Amistad entre China y Panamá, dedicado a los 150 años de historia y relaciones armoniosas entre ambos pueblos, ha provocado un auténtico tsunami de indignación.
Como afirma el pronunciamiento del Centro de Estudios Estratégicos Asiáticos de Panamá (CEEAP) —del cual soy presidente honorario—, la demolición fue “arbitraria, racista, xenofóbica, colonial e imperialista” (se me olvidó añadir “fascista”), y nos obliga a rechazarla, tal como ya lo han hecho los sectores más representativos de la nación panameña.
Todos los sectores de la vida nacional, especialmente las asociaciones chinas, entre otras, han aborrecido y condenado la acción arbitraria y grotesca, incluyendo a las religiones representadas en el país y a la Coordinadora Nacional de Asociaciones Negras (CONEGPA).
El hecho ha trascendido al mundo y ha expuesto la total orfandad de patriotismo y responsabilidad de nuestros llamados “gobernantes”, quienes han esgrimido inaceptables razones de “falta de seguridad en el monumento”, tal como sostuvo la repudiada alcaldesa.
Para que aquilaten si gozaba de sano juicio, relato que una de las “hazañas” de la díscola alcaldesa fue haber prohibido que los perros ladraran en horas de la noche. ¡Suficiente razón para descalificarla desde mucho antes! ¿En qué idioma dieron la orden los perros? ¿Habráse visto?
El pronunciamiento del CEEAP también señala que la demolición del monumento coincide con el anunciado Corolario Trump a la Doctrina Monroe, descrito en la nueva Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos, una verdadera amenaza para la región.
La grotesca y gorilesca demolición ha tocado las más sensibles cuerdas de la rivalidad geopolítica entre Estados Unidos y la República Popular China, al punto que ha hecho exclamar a Beijing que la destrucción se produce tras fuertes presiones contra China, acusada falsamente por Donald Trump de controlar el Canal.
Todos en Panamá —menos el presidente “naranja”— saben que la navegación por el Canal la determina la Asociación de Prácticos del Canal, conformada por 250 panameños, ninguno de los cuales es chino.
Tampoco controla la navegación la empresa Hutchison de Hong Kong, que solamente maneja las cargas en los dos puertos a la entrada de la vía interoceánica, sin ninguna injerencia por parte del Partido Comunista de China.
Sin embargo, no deja de ser cierto que la tan publicitada demolición en el Mirador del Canal, a orillas del océano Pacífico, no sea sino una distracción para impedir que nuestro pueblo perciba la virtual invasión de las fuerzas militares norteamericanas, que se están agolpando de forma siniestra y furtiva en las antiguas —y ahora resucitadas— bases de la Zona del Canal.
Desde esas áreas podemos percatarnos de tan abominable agresión y usurpación. ¿Bajo qué tratado y con cuál ratificación legislativa o plebiscitaria están ingresando a Panamá las fuerzas terrestres, navales y aéreas de Estados Unidos?
Tampoco escapa a nuestra atención que fue el diario Washington Post el que llamó la atención de su gobierno hace pocos meses acerca del “ominoso” monumento a la Amistad Chino-Panameña, visto como una aberración contra el Corolario Trump a la Doctrina Monroe.
Los panameños no somos bobos y no perdemos de vista los trucos y trampas que lanzan los invasores y los agentes títeres y serviles que lamen las botas de nuestros asesinos desde antes de la invasión de 1989.
El clamor nacional exige una pronta e integral restauración del monumento en el mismo sitio y un castigo ejemplar a los autores de tan abominable agravio a nuestra nacionalidad.
¡Ah!, y que no olvidemos colocar una placa con el nombre del único mártir de la separación de Panamá de Colombia y símbolo de la amistad chino-panameña: el ciudadano chino Wong Kong Yee.
El autor es internacionalista y exdiplomático.
