La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) define al migrante como alguien que se mueve de su lugar de residencia. Puede ser entre ciudades, provincias, e incluso a otros países. Este movimiento puede ser temporal o permanente, y las razones varían. A escala mundial, se estima que los migrantes pasarán de los 280 millones estimados en 2020 a 334 millones en 2050.
Si bien Panamá es un país con una larga historia de tránsito y migración, hoy enfrenta una situación sin precedentes. En el 2023, más de medio millón de hombres, mujeres, niñas y niños atravesaron el tapón de Darién, conocida como la ruta más peligrosa del mundo.
Las personas que deciden tomar esta ruta se ven expuestas a peligros naturales como temperaturas extremas, deshidratación, ataques de animales silvestres, enfermedades como dengue y malaria, y obstáculos como el cruce de ríos. A esto se agregan riesgos sociales, como robos, extorsión, y violencia física y sexual, basada en género. Esta última alcanza niveles comparables a los de zonas de guerra.
Si sobreviven la travesía, que dura entre 3 y 10 días, los migrantes llegan a comunidades como Lajas Blancas y San Vicente, exhaustos, hambrientos, enfermos, y con lesiones físicas y emocionales. Estas comunidades carecen de servicios básicos como agua potable y electricidad, lo cual crea un choque para ambas poblaciones.
Panamá se ha visto forzado a responder a las abrumadoras necesidades del flujo irregular, y a reconocer dónde le ha fallado al pueblo darienita. Sin embargo, aprovechemos el flujo irregular cómo oportunidad de mejoría y preparación para lo previsto: un aumento en el flujo migratorio en Darién este 2024.
La respuesta no está en implementar leyes migratorias más estrictas, ni en invertir millones para vuelos de deportación y centros de detención. Hay que reconocer las oportunidades económicas para fortalecer comunidades de tránsito y destino. Los migrantes contribuyen más del 9% al producto interno bruto mundial.
En Panamá, el flujo migratorio ha traído ganancias económicas a comunidades que nunca las hubieran tenido. ¿Por qué no explorarlas y usarlas a favor de crear soluciones sostenibles a largo plazo?
La autora es salubrista y maestra en salud pública graduada del programa de Salud Pública de la Universidad del Sur de la Florida/para Ciencia en Panamá.
