En la escuela militar se enseña a los estudiantes a unirse para ganar y a dividir para conquistar. Todo oficial —y más aún si ocupa un puesto de mando en el Ministerio de Seguridad de Panamá— debe saber cuándo unir y cuándo separar. Debe advertir que la humillación y el miedo provocados por ciertas políticas contramayoritarias podrían llevar a la unión del pueblo para luchar contra el deep state panameño.
Un militar debería entender que, sin liderazgo, cohesión y unidad, el pueblo no puede ser movilizado en sinergia para la defensa del Canal de Panamá. Se olvidaron de que la nación íntegra es el arsenal en los tiempos modernos, y la desactualización frente a las nuevas guerras les pasó factura.
En una academia militar se entrena a sus miembros para unir a la gente y se enfatizan las habilidades necesarias para vincularse y liderar. Los militares del gabinete no supieron advertirle al presidente que había directores generales de entidades autónomas y ministros que no eran identificados con el grupo al que comandaban, y por tanto no podían liderar lo que no sentían como propio, y mucho menos en tiempos de crisis.
Unir a la gente requiere habilidades de liderazgo. Unirla significa pedirle que forme parte de un grupo más grande, que se enfoque en un objetivo más importante, que muchas veces exige sacrificar intereses personales, el ego y la identidad individual, tan propios de la mentalidad del mundo de los negocios en Panamá, que tristemente se ha trasladado a la administración pública.
La repetición precisa de instrucciones le da a las instituciones públicas y entidades autónomas la capacidad de actuar como una sola entidad. Traer comerciantes outsiders como dirigentes públicos en tiempos de crisis fue un error garrafal: han intentado resolver los problemas a su manera en un contexto de austeridad, y han puesto en riesgo al resto de la organización porque sus acciones no están siendo precisas ni sincronizadas con el equipo.
Muchos de ellos fueron despedidos de empresas privadas por hacer “las cosas a su manera” y no respetar las reglas de la compañía. Tristemente, fueron nombrados para asumir el manejo de entidades públicas y están replicando el mismo comportamiento negligente.
¿Qué desencadenó esta crisis? El respeto une profundamente a las personas; la insolencia las divide y margina. Los “militares” debían prever que la actual conectividad en Panamá permitiría a los humillados y desmoralizados unirse para resistir la imposición y la ausencia de democracia.
La crisis de la covid-19 en Panamá, junto con el estado de emergencia y las posteriores compras directas con escasa rendición de cuentas, sedujo a la aristocracia política panameña. Se instauró una gobernanza sin diálogo ni consenso, generando una crisis para recrear un estado de excepción, facilitar contrataciones directas y evadir el control institucional. En tiempos de crisis, gobernaron por decretos, evitando a toda costa la Asamblea Nacional y la Corte Suprema de Justicia. Como ningún presidente ni partido busca la reelección actualmente, no les importa dictar políticas contramayoritarias ni enfrentar el escrutinio público.
Siguieron el consejo que Maquiavelo da en El príncipe: «Las injurias deben perpetrarse todas a la vez, a fin de que, sintiéndolas menos, ofendan menos». La población fue acribillada por las reformas del Seguro Social, la minería, el deterioro de la soberanía nacional y, por si fuera poco, recibió la amarga medicina de la violencia policial en las calles. Frente a una amenaza común, las comunidades panameñas, en actos desafiantes de sensatez y madurez, se unieron contra el paso firme.
Ya lo había advertido el novelista checo Milan Kundera: «La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido». No se debía irrespetar al pueblo después de la herida abierta que dejó la crisis social de 2022 y 2023, pero aun así lo hicieron.
El autor es médico sub especialista.

