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Vacunando, ando…

La vacunación es, sin exagerar, uno de los mayores logros de la medicina moderna. Pocas intervenciones han salvado tantas vidas, prevenido tanto sufrimiento y generado tanto impacto en salud pública con tan poca inversión relativa. Y, sin embargo, en pleno siglo XXI, con datos abrumadores sobre su eficacia, tenemos a un secretario de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos —Robert F. Kennedy Jr. que se dedica a sembrar dudas, como si la evidencia científica fuera opcional.

Aunque la gente suele asociar la vacunación con la población pediátrica, son muchas las vacunas que actualmente se consideran necesarias para los adultos, con el objeto de prevenir enfermedades infecciosas, principalmente en pacientes vulnerables: mayores de 65 años, personas con enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes, insuficiencia renal, insuficiencia cardíaca, enfermedades reumatológicas o cáncer.

El esquema de vacunación de los adultos en el siglo XXI debe incluir vacunas contra influenza, covid-19, neumonía neumocócica, herpes zóster, hepatitis A y B, virus sincitial respiratorio, además de las que por lo general se aplican durante la infancia, como poliomielitis, difteria, tosferina, tétanos, paperas y rubéola, y en personas que viajan a lugares endémicos, la fiebre amarilla.

Aunque parezca exagerado, hay abundante evidencia científica que demuestra la efectividad de las vacunas en adultos, no solo para prevenir brotes de enfermedades, sino también para reducir la mortalidad y las complicaciones en poblaciones seleccionadas. Por esto, desde hace aproximadamente un año incluyo en la evaluación de todos mis pacientes la pregunta rutinaria de si tienen actualizado su cuadro de vacunas. Es sorprendente cómo muchas personas dan excusas absurdas para no vacunarse. Sobre covid-19, no es raro que el argumento sea que “yo me puse tres vacunas”. Obviamente, en una enfermedad viral que durante la pandemia demostró su habilidad para mutar rápidamente, es imprescindible actualizar las vacunas para cubrir las cepas circulantes.

Sobre las demás vacunas, muchas veces el argumento es que consideran que son para los niños o que ya nadie sufre de esas enfermedades. La respuesta a esa opinión consiste simplemente en que, si no hay casos, es precisamente porque existen vacunas contra esas enfermedades.

Lo más terrible de todo es que, bajo las políticas actuales impulsadas por el secretario de Salud de Estados Unidos, la inversión pública en vacunación se ha reducido, priorizando narrativas ideológicas sobre datos objetivos. Lo irónico es que todos terminaremos pagando los costos hospitalarios de neumonías, sepsis y brotes prevenibles.

La OMS ha advertido que la “vacilación vacunal” es una de las diez principales amenazas para la salud mundial. Porque hay que entender que las decisiones de EUA no quedan en sus fronteras. Cuando el país que ha liderado la innovación biomédica y la salud pública envía oficialmente el mensaje de que las vacunas son sospechosas, ese eco repercute en todo el mundo. Los movimientos antivacunas internacionales se sienten legitimados, los programas de inmunización en países en desarrollo se debilitan y la confianza global en la ciencia sufre un golpe devastador.

El mejor ejemplo de esto es cómo en Panamá, los mismos que se dedicaron a sembrar dudas y propagar mentiras sobre la vacuna del covid-19, ahora se llenan la boca diciendo que la FDA y el CDC piensan como ellos. Pues no, señores: esas organizaciones no piensan como ustedes; los que piensan como ustedes son la banda de irresponsables nombrados por Trump en esos organismos.

A este festival del escepticismo se han sumado varios estados gobernados por republicanos, que compiten por ver quién luce más “valiente” frente a lo que llaman “la tiranía de la salud pública”. Florida, Idaho, Alabama, Carolina del Sur y Virginia Occidental han aprobado leyes que limitan los mandatos de vacunación, prohíben los mandatos de la vacuna de covid-19, flexibilizan requisitos para trabajadores de salud e incluso bloquean financiamiento estatal para programas de inmunización. En otras palabras: invitan al virus a pasar la noche en casa, con cama y desayuno incluido.

Pero el caso de Florida es particularmente preocupante. El gobernador Ron DeSantis y el cirujano general estatal, Joseph Ladapo —dos tipos que bien podrían pasarse un mes discutiendo cómo funciona una maraca—, ya anunciaron que eliminarán todos los mandatos de vacunación infantil usando como argumento que nadie puede decidir mejor que los padres qué les conviene o no a sus hijos. Esto es un argumento estúpido. Si alguien decide bañar a su hijo de tres meses y después colgarlo en el balcón a secar al sol, las autoridades tienen el deber de proteger a ese niño y obligar a los padres a meterlo dentro de la casa y secarlo con una toalla.

Lo más terrible de una decisión de este tipo es que permite a las aseguradoras dejar de cubrir vacunas, lo que obliga a los padres a pagarlas de su bolsillo, con la subsecuente reducción en la población vacunada. Ahora, como a los virus no se les pide visa para ir de un país a otro, imagínense un fin de semana largo donde todo ese montón de niños sin vacunar asiste a los parques temáticos de Orlando. Allí se encuentran con algún niño cuyo padre inconsciente decidió que no era necesario vacunarlo, y que viene infectado de sarampión. En menos de un mes hay una epidemia enorme, no solo en los Estados Unidos, sino también en los países de los niños que estaban de vacaciones en el parque durante esa temporada. Así, una enfermedad altamente controlada se convierte de repente en un tremendo problema de salud pública. En este tema, Ladapo y DeSantis no solo han demostrado ser ignorantes, sino también tremendamente irresponsables.

Pero no todo está perdido y la Costa Oeste se alinea para resistir. California, Oregón y Washington han formado una alianza regional para defender sus estándares sanitarios ante las políticas antivacunas federales. California no solo mantiene mandatos vacunales robustos, sino que en 2015 eliminó las exenciones por creencias personales y religiosas para acceder a escuelas públicas y privadas de niños no vacunados.

Ya en la pandemia, el gobernador Gavin Newsom apostó por exigir dosis de covid-19 en escuelas y lugares de trabajo, permitir que adolescentes de 12 a 17 años pudiesen vacunarse sin consentimiento parental, regular plataformas digitales con desinformación y mejorar la base de datos inmunológica.

Estamos siendo testigos de una abierta confrontación entre la ciencia, la responsabilidad y el sentido común, contra la ignorancia, la desinformación y la irresponsabilidad. Esperemos que la mayoría tomemos el lado correcto para evitar una mortandad producida por esta banda de salvajes.

El autor es médico cardiólogo


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