Un país entero puede latir al ritmo de un balón. El fútbol es una pasión que se contagia, capaz de convertirnos en una nación inmensamente feliz… o profundamente triste. Hoy nos toca la alegría: Panamá ha clasificado al Mundial. Y en este momento de orgullo desbordado, como mamá, pediatra y amante de esta tierra, digo: ¡que viva Panamá! Qué emoción saber que nuestro equipo, nuestra bandera, nos llevará a una cita mundialista. Qué orgullo para este pueblo que tantas veces se une en un grito, una camiseta, un balón, un sueño.
Pero mientras celebramos con el corazón inflado, también pienso en los otros triunfos que aún no estamos alcanzando. Me encantaría que esta euforia deportiva se acompañara de logros que, además de emocionarnos, transformen la vida de nuestra gente y abran oportunidades para que miles de niños y familias tengan un futuro más justo y saludable. Tenemos muchas razones para sentir orgullo de este pequeño y grandioso país, pero también razones para seguir exigiendo más.
Me gustaría celebrar, por ejemplo, que en el esquema nacional de inmunizaciones dimos un paso histórico: proteger a nuestros bebés desde el nacimiento contra el virus sincicial respiratorio (VSR) con anticuerpos monoclonales. He visto la angustia de madres que llegan con su bebé en brazos, escuchando ese silbido cortado mientras esperan una cama. Incorporar esta herramienta significaría no volver a ver salas y UCI repletas de niños luchando por respirar. Ese sería un festejo que nos cambiaría la vida entera, no solo el día.
Asimismo, quisiera celebrar avances reales contra el dengue, una enfermedad que este año ha mostrado cifras alarmantes: hasta la semana epidemiológica 43, Panamá acumula 13,844 casos, 1,340 hospitalizaciones y 23 muertes. Tener acceso a vacunas que protegen contra las formas graves sería un motivo de esperanza: menos hospitalizaciones, menos sufrimiento y menos familias enfrentando la pérdida de un ser querido.
Y más allá de la salud, desearía celebrar un país donde todos los niños van a la escuela sin arriesgar su vida; donde cada uno tenga un plato en el desayuno, almuerzo y cena; donde existan parques seguros para jugar y crecer. Un país donde la infancia no sea un desafío, sino un derecho protegido.
Imaginar una patria donde cada niño crezca con salud, educación, juego y bienestar es también una victoria que merece celebración. Porque la patria son tantas cosas bellas: la risa de un niño que respira tranquilo; la familia que no teme por una infección prevenible; la mesa con comida suficiente; el barrio iluminado; el camino seguro hacia la escuela; el parque donde un pequeño corre sin miedo.
Así que sí: vamos pa’l Mundial. Pero también soñemos con el día en que Panamá celebre un campeonato aún más grande: el de un país donde sus niños estén protegidos, sus familias acompañadas y su futuro garantizado. Porque, como dice Rubén Blades, Patria son tantas cosas bellas… y ojalá pronto podamos festejar logros que, además de darnos alegría, les den tranquilidad, dignidad y un mejor futuro a miles de familias panameñas.
La autora es pediatra.


