Si para algo sirven los debates presidenciales en Estados Unidos (EU), es para definir la imagen de los candidatos. Estos duelos raramente decide el resultado de la elección, pero sí revela a un público masivo (y la audiencia del que se celebró el lunes en la Universidad de Hofstra, en Hempstead, estado de Nueva York, debía superar todos los récords de otras elecciones) la personalidad –el carácter, como dicen en EU– de quienes aspiran a ser comandante en jefe de los ejércitos más poderosos del mundo.
Clinton apareció como una política con experiencia en los debates cara a cara, con conocimiento detallado de los temas. Trump, como un candidato que improvisaba e interrumpía a su rival, con propuestas de brocha gorda y una crispación que contrastaban con la jovialidad de Clinton.
En los debates, tan importante es lo que dicen los candidatos y su forma de actuar, como el consenso que se forma después sobre el ganador y el perdedor. En el caso del debate del lunes por la noche, los sondeos rápidos y las muestras de votantes seleccionados por expertos en demoscopia ratificaron las percepciones de buena parte de la audiencia, el lenguaje no verbal de los propios candidatos y las declaraciones de sus asesores.
Clinton salió del debate sonriente, visiblemente satisfecha y con ganas de enfrentarse de nuevo a Trump ante las cámaras. El republicano, tenso, insinuó que en las próximas citas golpeará más fuerte a Clinton y sacará a colación las infidelidades de su marido, el expresidente Bill Clinton. Culpó al árbitro, es decir, al periodista Lester Holt, que ejerció de moderador, y de quien dijo que no había sido imparcial. Su entorno dio a entender que podría boicotear los próximos debates.
“Si yo fuese Donald Trump, no participaría en otro debate a menos que me prometiesen que el periodista actuará como periodista y no como un verificador de datos incorrecto, ignorante”, dijo el exalcalde republicano de Nueva York Rudy Giuliani.
Tras el debate se abre un nuevo capítulo en una campaña que enfrenta a una ex secretaria de Estado, exsenadora y ex primera dama con un perfil pragmático de centroizquierda, con un magnate inmobiliario y estrella de la telerrealidad que ha construido su carrera política sobre la base de declaraciones xenófobas y misóginas, y con un mensaje populista y nacionalista que apela a los blancos de clase trabajadora.
En el último mes, Clinton ha visto cómo Trump remontaba en los sondeos y acortaba, hasta casi hacer desaparecer la cómoda ventaja de la que disfrutaba en agosto. Septiembre había sido, hasta el lunes, un mal mes para Clinton. Tuvo que interrumpir la campaña por una neumonía, y el republicano, gracias a un equipo de campaña más profesional que con el que arrancó la carrera, se disciplinó y redujo –sin eliminar– la frecuencia de sus exabruptos.
Clinton sale reforzada del debate porque logró poner a la defensiva a Trump, un candidato con maneras de bully o matón de patio de colegio, que se siente más cómodo atacando que siendo atacado. La imagen que queda, y que los demócratas esperan que perdure en las próximas semanas, es la de un Trump que oculta los números sobre su fortuna, que persiste en sus comentarios misóginos y que hace contorsiones para explicar algunas de sus mentiras más penosas con nuevas mentiras.
La respuesta a la pregunta sobre su papel como portavoz del movimiento que cuestionaba que Barack Obama, el primer presidente negro de EU, hubiese nacido en este país, fue culpar a Clinton de iniciarlo.

