“La razón y la elocuencia son las armas más sublimes de la verdad”. —Voltaire
Voltaire (François-Marie Arouet, 1694-1778) no hablaba solo de filosofía; hablaba de supervivencia democrática. Su frase, escrita hace siglos, resuena hoy con urgencia en un país como Panamá, donde el diálogo público se ve cada vez más erosionado por el ruido, la emoción desbordada y la falta de pensamiento crítico. Hemos confundido pasión con lucidez, grito con argumento y reacción con participación. El resultado es un ecosistema cívico que no construye, sino que destruye.
Panamá, atrapado entre la emoción y la parálisis
En nuestro país, los debates fundamentales sobre educación, salud, justicia o infraestructura se desvían con facilidad hacia lo superficial. Las redes sociales y los foros ciudadanos se han convertido en campos de batalla donde se impone quien más insulta, no quien mejor razona. La política se reduce a lealtades ciegas o rivalidades personales, en lugar de girar en torno a ideas y propuestas claras.
Lo preocupante no es solo la intensidad de nuestras emociones, sino la ausencia de reflexión detrás de ellas. No pensamos para comprender, sino para imponernos. Y en ese juego, el progreso queda en pausa. Cuando se privilegia la reacción visceral por encima del análisis, la verdad deja de importar y la mentira encuentra terreno fértil.
Esta cultura del ruido no es inocua. Los atrasos en proyectos vitales, las decisiones públicas tomadas bajo presión emocional, la polarización creciente, el populismo y la desconfianza institucional… todo forma parte del mismo síntoma: hemos renunciado al pensamiento riguroso y al diálogo racional.
La elocuencia no es un lujo: es una urgencia
Voltaire entendía la elocuencia no como un don estético, sino como una herramienta de precisión moral. Ser elocuente no es hablar bonito, sino pensar con claridad y expresarse con coherencia. Es transformar la queja en propuesta, la opinión en argumento y la molestia en solución.
Panamá no necesita más ruido. Necesita voces preparadas, ideas bien hiladas, ciudadanos capaces de construir consensos y disentir sin destruir. La elocuencia debe volver al centro de nuestro discurso público, no como adorno, sino como camino hacia decisiones más inteligentes, justas y sostenibles.
Educar para pensar, escuchar para entender
El cambio comienza con una decisión individual: pensar mejor. Preguntarnos antes de hablar si nuestras ideas tienen fundamento. Escuchar, no para responder, sino para comprender. Dudar, no como signo de debilidad, sino como muestra de madurez.
Pero también es un desafío colectivo. Necesitamos instituciones —escuelas, medios, partidos, comunidades— que promuevan el pensamiento crítico y frenen la manipulación emocional. No podemos seguir cultivando ciudadanos reactivos; necesitamos ciudadanos reflexivos.
Un llamado a la revolución de las ideas
No se trata de hablar más fuerte, sino de hablar mejor. De reemplazar la furia vacía con razones sólidas. De entender que no tener siempre la razón no es perder, sino crecer. De saber que el país que soñamos no se construye con impulsos, sino con inteligencia emocional, pensamiento crítico y compromiso con la verdad.
Panamá no saldrá adelante a fuerza de gritos ni de eslóganes vacíos. Saldrá adelante cuando nos armemos, como dijo Voltaire, con las únicas armas dignas de una república libre: la razón y la elocuencia.
Y para cerrar, que nos guíe también la sabiduría de Sócrates, quien antes de hablar recomendaba pasar nuestras palabras por tres filtros:
¿Es verdadero? ¿Es bueno? ¿Es útil?
Si lo que decimos no cumple con al menos uno de estos principios, quizá no vale la pena decirlo. Si lo cumple, entonces que nuestras palabras sean faro, no fuego.
Gracias por leer, por pensar y por dialogar con altura.
Un saludo cordial y respetuoso a quienes comentan con inteligencia, respeto y propósito.
Sigamos pensando. Sigamos hablando. Pero, sobre todo, sigamos construyendo.
La autora es profesora de filosofía.

