Como dijimos: el problema no son las herramientas democráticas, sino el uso que de ellas hacen los políticos. Un partido siempre es una buena noticia; lo que no lo es necesariamente es una bancada que, mal planteada como la tenemos, representa un serio problema para los intereses de este país. Basta con mirar lo que ocurre en la Asamblea: los actores, todos, se empeñan —«sin querer queriendo»— en hacer lo de siempre.
No es una mala noticia que Torrijos tenga partido. Lo malo es que Torrijos, después de gobernar y haber cambiado más bien poco, use a Torrijos para volver a la carga, dándole la espalda al partido que su padre fundó, y que hoy existe para vergüenza de esta democracia.
Torrijos usa la sombra alargada de un dictador para volver al Palacio de las Garzas, donde llegó con el partido de su papá: yo uso a mi papá, renuevo la nostalgia del dictador, y aquí no ha pasado nada. Gatopardismo tricolor.
Las alternativas que empiezan a postularse frente a RM pretenden medrar durante los cuatro años que quedan, para subirse al poder cuando el hartazgo con este gobierno —de números megalómanos e intenciones claras de gobernar a golpes— sea insoportable. Pero nadie responde a lo importante: ¿qué quieren los gringos?, ¿por qué, de pronto, la mina es todo o nada?, ¿cómo se gestionará el disenso?, ¿cómo se va a resolver el problema que tenemos con la educación?
Todos taquilleros, como el alcalde, que dice: «Estamos capacitando a la Policía Municipal con el apoyo de las fuerzas especiales de la embajada de Estados Unidos. Por primera vez, las unidades policiales compartieron un campo de tiro con su alcalde».
No todos tenemos un papá para usar en nuestro beneficio. Pero un partido, insisto, es una buena noticia. La mala es la falta de criterio y la emocionalidad con la que seguimos viviendo la democracia. Hay que empezar a votar sin pensar en papá, por mucha nostalgia que tengamos.
El autor es escritor.

