El panorama no es agradable. Pobreza, delincuencia y un olor que detiene la respiración son parte de la rutina de quienes viven en el corregimiento de Curundú, que desde su fundación, en 1971, parecía estar sentenciado a la miseria.
Curundú fue, por mucho tiempo, sólo terrenos baldíos que, poco a poco, fueron ocupados por precaristas que construyeron sus casas con madera, cartón y zinc.
Hoy, 34 años después, los viejos caserones parecen moverse al paso del viento, la población y el desempleo, mientras la delincuencia siembra el miedo y la falta de viviendas adecuadas ponen en peligro a los habitantes del barrio.
Grandes estructuras que en su momento albergaron compañías como la Coca Cola y la Datsun, hoy son el techo de indigentes.
La basura y las aguas negras circulan debajo de las barracas que forman el paisaje común del área, mientras las alimañas hacen lo suyo y los niños comparten con ellas el patio negro de la contaminación.









