La isla-aeropuerto de El Porvenir, en Kuna Yala, recibe a los viajeros como si fuera el porsalir.La pista de aterrizaje parece haberse encogido y los huecos están rodeados de algunos tramos de asfalto en precarias condiciones.Antes de que llegue el avión, y como si fuera la calle frente a su casa, un policía advierte del riesgo de cruzar la pista en busca de café al otro lado del punto de espera.
Los turistas extranjeros, por su lado, dibujan en sus rostros esa sonrisa floja que denota emoción por la aventura, pero, al mismo tiempo, miedo por los riesgos que saltan a la vista.La conclusión: si en Tocumen se oyen los truenos de la inseguridad aérea, en un torbellino que involucra a los controladores, en los aeropuertos del resto del país la tormenta llega con rayos y centellas.
Desde el Aeropuerto Marcos A. Gelabert de Albrook, donde las verjas que deberían proteger la pista están tumbadas en varios tramos; pasando por la Base Aérea de Santiago que, pese a que sirve de sede al Servicio Aéreo Nacional carece de la vigilancia policial adecuada; hasta la terminal Enrique Malek de Chiriquí, donde el perímetro de seguridad está demarcado por un endeble alambre de púas. Y es que los miles de viajeros coinciden en que las pistas son un desastre, las estructuras inadecuadas, falta vigilancia y mantenimiento, y la improvisación es la norma, mas no la excepción.




