Finales de la década de 1960 en el salón de adiestramiento del Ministerio de Salud, en la vieja cervecería de El Marañón. Los aprendices de inspectores de la Campaña de la Fiebre Amarilla se levantaron de sus sillas y enderezaron su placa de identificación cuando entró el colombiano José Matute, consultor de la Organización Panamericana de Salud (OPS). Era un cholo blanco atlético, de cabellos puntiagudos, que vestía ropa de campo, detallista y respetado por su recia disciplina.
Matute pasó revista a los seminaristas con vista de águila. Regresó al tablero y descubrió un pliego blanco. “Señores, les presento al ‘enemigo público número uno’, el más despiadado de los asesinos. Lo quiero exterminado”, exclamó.
En el lienzo aparecía el zancudo de las patas anilladas y una marca blanca en forma de lira en su parte trasera: el mortal Aedes aegypti, un insecto traicionero que se pasea con comodidad en el medio urbano. Su picada mete un torrente de muerte en la sangre, y a menudo es protagonista de grandes titulares: “El dengue ataca otra vez”. El “bicho” de vuelo corto sigue al acecho en las regiones de América Latina.
