La fuerza espiritual de Guillermo Gálvez, un humilde pescador del sector de El Salado de Aguadulce, es lo único que lo mantiene activo.
Desde las 3:00 de la mañana empieza la faena en su bote, en busca de una buena pesca que alivie la débil economía de su hogar.
Es que para Guillermo, así como para otras 70 familias que viven en El Salado, la pesca se ha convertido en la única luz de esperanza en este pueblo que va y viene como las olas del mar.
Hace dos décadas, los habitantes de El Salado se dedicaban a la cosecha de la sal, una actividad que decayó y que dejó a muchos sin empleo. Ahora, sus habitantes buscan sobrevivir de la pesca. "La vida me sonríe cuando la pesca es productiva; y más cuando logro la captura de una cuantas libras de camarón que vendo más adelante", señala Guillermo.
La faena de los pescadores culmina muchas veces a las 6:00 de la tarde, cuando dejan sus botes amarrados a los árboles de mangle seco que están hundidos en el estero muy cerca del poblado.
El sector está divido en tres áreas: la de pescadores; la Caleta, en donde hay algunos pequeños restaurantes y casas; y la de Los Pelícanos, otro lugar que apenas intenta abrirse al desarrollo turístico.
Diana de Gracia, del comité comunitario y presidenta de la Cooperativa de Pescadores de Aguadulce, afirma que este es un pueblo olvidado por las autoridades.
Las necesidades del lugar no son difíciles de enumerar, comenta. "Nosotros necesitamos con urgencia un puesto de salud y uno de policía", recalca. Cuando hay accidentes propios del mar, como una picada de raya, no hay a dónde acudir ni para recibir los primeros auxilios. Solo hay un transporte que recorre el área unas cinco veces, hasta las 6:00 de la tarde. "Durante la noche estamos aislados", agrega.
La inseguridad agrava la situación. Hay casos esporádicos de riñas que, según De Gracia, son provocadas por personas foráneas.
La mayoría de los jóvenes, por su parte, no han terminado los estudios secundarios.
Aún así, el centenar de habitantes sigue amarrado a la esperanza. Así como los botes familiares, que suben y bajan según los caprichos del mar.

