Los rituales funerarios de los kunas están llenos de simbologías y metáforas.
El misticismo comienza antes de la muerte, mediante sueños, explica Piler, un kuna de 32 años. Para su gente, los sueños son premoniciones que los alertan de tristezas, peligros, suerte y muertes. La tristeza y los decesos, por ejemplo, se manifiestan en sueños donde aparecen albinos, cacerías de tapir, serpientes o ingestas de mango. "Nuestros ancianos dicen que todo lo que existe tiene vida, y que las cosas nos hablan o nos previenen a través de los sueños. También soñamos con las personas que han muerto y nos dan mensajes".
Según Piler, los sueños no fallan. Es así como, "máximo al año de ocurrido el sueño, alguien cercano muere".
Rituales de muerte
Aunque los funerales son distintos si el fallecido es un sabio o un cantor, Awibe, hijo del recientemente fallecido cacique Armodio Vivar, explica que el proceso inicial es el mismo. Se baña al difunto en hierbas aromáticas para purificarlo, se le viste con ropas nuevas blancas o negras -que denotan pureza-, y se le pinta la cara con achiote, porque el color rojo ahuyenta los malos espíritus.
Los kunas no creen en la reencarnación, sino en la eternidad. "Para llegar a la eternidad la persona debe pasar por varios submundos en los que se encontrará con espíritus malos y buenos". Según Piler, el color rojo es una forma de resguardo y protección.
Piler cuenta además que sus ancestros les han enseñado que "en la eternidad todo es de oro y plata, y que todos somos iguales: si uno es alto, Papá Dios nos corta con una tijera; y si uno es pequeño, nos estira".
Una vez limpio, vestido y maquillado, al muerto se le acuesta en una hamaca en su casa (o en la aldea central si es sabio). Ahí se reúne el pueblo por 24 horas a oír las melodías de un cantor, mientras los familiares lloran la pérdida y, de acuerdo a su presupuesto, reparten alimentos a los asistentes. Según Awibe, la comida le asegura al muerto un camino seguro y tranquilo a la eternidad.
Al siguiente día, generalmente a mediodía porque es a esa hora que la tierra está más firme, un grupo de personas abre una fosa de dos metros de profundidad en la tierra y el pueblo se traslada al sitio. En el hoyo entierran dos estacas en las que se sostiene una hamaca con el difunto, y en el fondo colocan dos vasijas de barro: una con granos de cacao -que hacen el trabajo del incienso- y la otra con algunas pertenencias del difunto. Sobre las estacas ponen barrotes, sacos de henequén y tierra. Arriba colocan una cruz y una mesa con más pertenencias, y encima levantan un techo de pencas -a modo de choza- para proteger el área de lluvias.
Si el fallecido es sabio o cantor, los cantos se recrean y extienden, y entre los invitados se reparte licor.
Mientras el pueblo regresa a sus casas, las mujeres de la familia cuentan anécdotas de vida del fallecido.
El luto en los kunas no consiste en usar ropas oscuras como en algunas religiones, sino en repartir comida entre los habitantes del pueblo. Lo hacen por varios meses, y también visitan la tumba periódicamente.

